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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Cerró la puerta al salir, y entonces quedé solo en esa gran pieza antigua y silenciosa, donde las movibles llamas proyectaban extrañas sombras y luces en los puntos obscuros, y el viejo y alto reloj Chippendale marchaba tan solemnemente como lo había hecho durante un siglo.
Hacía buen tiempo, tocaba casi el sol ya el horizonte, algunos celajes diseminados proyectaban sombras en las amarillas mieses de la llanura y leves humaredas se desprendían á trechos en los pueblecillos. Los tres condes estaban de buen humor. Hasta entonces sus inmensos dominios no habían tenido exactos linderos en la montaña.
Nuestros cuerpos proyectaban en la tierra y hacia adelante larguísimas sombras negras. Cada animal, con su jinete, dibujaba en el suelo una caricatura de hombre y caballo, escueta, enjuta, disparatada, y todo el suelo estaba lleno de aquellas absurdas legiones de sombras que harían reír a un chico de escuela.
Avanzaba tímidamente, al amparo de la ancha faja de obscuridad que proyectaban los naranjos, casi arrastrándose, como un ladrón que teme caer en una emboscada. Salió a la avenida cerca de la plazoleta, y cuando entró en ella experimentó una impresión de sorpresa al ver la puerta entreabierta, al mismo tiempo que cerca de él sonaba un grito.
Precisamente pensaba á todas horas en las amazonas con pantalones que figuran en los films de los Estados Unidos, y había echado largas galopadas para ir hasta Fuerte Sarmiento, el pueblo más inmediato, donde los cinematografistas errabundos proyectaban sobre una sábana, en el café de su único hotel, historias interesantes que le servían á ella para estudio de las últimas modas.
Pero sonriente, dichosa, el rostro animado por la marcha y lo volvía para examinar curiosamente nuestro batallón de escolares formados en dos filas y conservando la línea como jóvenes reclutas. Todas las curiosidades mujeriles, y aquélla sobre todo, se proyectaban hacia mí y las sentía como otras tantas quemaduras. Estábamos a mediados de agosto y el tiempo era magnífico.
Los rectángulos rojos que proyectaban sobre el suelo las puertas del boliche eran eclipsados con frecuencia por las sombras de los que entraban y salían. Adivinó que todos disputaban sobre lo ocurrido aquella tarde, tomando partido por el ingeniero ó por el contratista. Al llegar á la casa de Elena, salió á recibirle Sebastiana en lo alto de la escalinata.
Figuras obscuras y espectrales pasaban sin hacer ruido por junto de nosotros y parecían desaparecer era la obscuridad; la puerta del refectorio estaba abierta, y a la luz opaca que proyectaban dos o tres lámparas, pude distinguir magníficas esculturas, espléndidas pinturas al fresco y las dos largas filas de bancos de roble, ennegrecidos por el tiempo, en que se sientan a comer los hermanos capuchinos.
Los cimientos del castillo proyectaban hacia el foso formando un reborde de unas quince pulgadas, sobre el cual posé ambos pies con agua hasta el pecho. Después me incliné y miré por debajo del tubo. En el bote vi a un hombre y a su lado brillaba el cañón de un fusil. ¡Era el centinela! Permanecía inmóvil, y a poco pude oír su respiración, fuerte y acompasada. ¡Dormía!
De la sombra que proyectaban los tejados, a lo largo de las paredes, salían carcajadas hombrunas y agudos chillidos de mujer. El señor Pacorro, el Águila, continuaba inmóvil en un poyo, rasgueando su guitarra con la serenidad de una borrachera grave, a prueba de toda clase de sorpresas. ¡La pobrecita Mari-Cruz lloriqueó Alcaparrón. ¡La va a matá el bicho! ¡La va a matá!...
Palabra del Dia
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