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Actualizado: 22 de junio de 2025
¿Pero quién os dice tanto? exclamó admirado Montiño. Ya sabéis que yo tengo muchos oficios. Demasiados quizá. Están los tiempos tan malos, señor Francisco, que para ganar algo es necesario saber mucho. Saben que sé muchas princesas, y una de ellas, conocida de la Dorotea, la encaminó á mí para que la sirviese. Dorotea quería un bebedizo. ¡Ah! ¡ah! ¡las mujeres! ¡las mujeres!
La entereza, constancia y resistencia de Echeloría habían de mover a todo esto, y a más, el ánimo generoso de Salomón. ¿Qué le importaba a este gran Rey una mujer más o menos, cuando tenía en su harén setecientas reinas, ochocientas concubinas e infinito número de princesas?
No tiene esto último nada de extraño si se considera que sólo en un cuento modernista puede llamarse «Cristela» una princesa, y que las princesas de los cuentos modernistas generalmente están tristes. Lo que sí era extraño es que Cristela ignoraba la causa de su tristeza... Mas nunca falta quien nos endilgue las cosas desagradables que nos atañen.
Le suponen grandes amores en el viejo mundo, relaciones con duquesas, princesas o ¡qué se yo más!... En fin, con damas que llevan coronas bordadas hasta en las ropas más interiores, lo mismo que las heroínas de ciertas novelas. ¡Figúrese qué bocado magnífico y tentador para nuestra hermosa tigresa! Fernando rio de este prestigio novelesco que le suponía su amigo.
Por último, ve el poeta ante sí á estos señores, ya de vuelta; acompaña en su alegría á las princesas, y acaba con un epílogo en su nombre, que es de lo mejor de aquel tiempo, y lleno de bellezas verdaderamente poéticas, no obstante adolecer de los defectos generales de la poesía erudita de su tiempo.
Sus ojos amorosos se fijaban en las cincuenta princesas mediterráneas, las Nereidas, que tomaban sus nombres de los colores y aspectos de las olas: la Glauca, la Verde, la Rápida, la Melosa... «Ninfas de los verdes abismos, de rostros frescos como el botón de rosa; vírgenes aromáticas que tomáis las formas de todos los monstruos que nutre el mar», cantaba el himno orfeico en la ribera griega.
No lo son más las Duquesas y las Princesas que en Madrid viven y a quienes tantos respetan y adulan. Digo todo esto, porque en Lisboa se recrudeció mi patriotismo. ¡Qué gran Capital para nuestra gran nación, señora de dos mundos, hubiera sido aquella ciudad espléndida y hermosa, si D. Felipe el Prudente hubiera sido D. Felipe el Previsor y hubiera tenido más elevadas miras! Pero ya basta.
Es indudable, á mi ver, que si los citados tres arcángeles fuesen tres princesas ó reinas, más ó menos morganáticas, seguirían saliendo á las tablas con beneplácito y satisfacción de sus principes ó reyes.
Notábanse allí sus amores con innumerable caterva de diosas, ninfas, princesas y zagalas, a cada una de las cuales se entregó y se unió todo el Dios, desdoblándose y multiplicándose en idéntica forma y substancia y sin dejar de ser nunca uno y el mismo, porque toda alma piadosa, encendida en amor divino, posee a Crishna por completo, como si Crishna y ella fuesen solos o absorbiesen en su unión cuanto es y cuanto puede ser en los tres mundos.
Se difundió también que venían en la nave dos princesas de lo más encopetado de Europa, que iban viajando para su instrucción y recreo. Hubo no pocos curiosos y desocupados que fueron a visitar la nave, donde Morsamor los recibió con franca cordialidad y agasajo.
Palabra del Dia
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