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En la inteligencia de que, el Señor Capitan General de este reyno ha de entenderse en derechura con el Exmo. Señor Virey del Perú, para cuanto le ocurra sobre este particular: á cuyo fin le ha prevenido S.M. preste los auxilios de tropa y demas que sea conveniente para la consecucion de esta empresa.

En respuesta a dicha Embajada, había ido a visitar al Preste Juan el ya mencionado don Rodrigo de Lima con gran pompa y séquito.

Pero... lo cierto es que á su edad hubiera yo apedreado al Preste Juan de las Indias. El mundo siempre es igual, porque... voto á... Y lo soltó redondo con todas sus letras. Gracias á que por allí no había ningún par de orejas que pudiese oirlo, y así se excusó el escándalo.

Del mal humor pasó a la furia, y después de poner como ropa de pascuas a Petrilla, a la mujer de los parches, al cortador, al lucero del alba, al Preste Juan de las Indias, al rey David, miró a Romualda con dictatorial ceño. ¿Y qué haces ahí, holgazana? ¿En dónde está la media? El fenómeno respondió temblando que la media estaba abajo.... ¿pues dónde había de estar? Pues correndito por ella.

Todavía se debe presumir que el que busca materialmente su medro personal busca también el aplauso, la gloria, y se siente movido por el deseo de hacer el bien de todos, que al cabo no es incompatible con el bien singular suyo; pero del perezoso, del frío de corazón, del descreído, que por no molestarse y porque no necesita medro, porque ya le tiene, no interviene en nada, y no sabe más que censurarlo todo, y señala mil males y no pone remedio a uno solo, de éste, digo, no hay alma, por generosa y benévola que sea, que se preste a suponer nada bueno.

Así acaso podrías más tarde, con habilidad y prudencia, convertir a la religión cristiana a los que fuesen súbditos tuyos y crear el reino del Preste Juan, que tal vez no existió nunca sino en la fantasía de los europeos, o renovarle con mayor esplendor y gloria, dado que existiese en el centro del Asia antes de que Temugin le destruyera, como sienten algunos autores.

¡Ay, ay, ay! le citaré a usted un caso, uno de los mil que me han ocurrido, de los cien mil que van a ocurrirme; usted conoce a S *, ¿verdad? un hombre que se ha improvisado millonario, politiquero de viso y jugador de muñeca, que vino de su provincia cantando y ahora hace bailar los títeres a su antojo... Pues no puede pagarme los veinte mil pesos que me debe y que en un momento de apuro le presté a escaso interés, créalo usted, a muy escaso interés.

Estaban éstas aguzando sus aguijones a costa del señor cura, del vicario de semana, de cierta capilla mal arreglada, etc. No presté al principio gran atención a lo que se decía tan cerca de y me contenté con experimentar una fuerte distracción representándome la fisonomía feliz de mis dos charlatanas.

El filósofo, sobre todo, cargaba de tal modo a su caballo, que el desgraciado animal se doblegaba bajo el peso de las mercancías; no obstante, el filósofo continuaba acumulando fardo sobre fardo, mientras murmuraba: Una vez en el camino de Vejer, será preciso que Dios te preste las alas de un serafín para que me alcances, fraile.

Quiero que esto sea en todo el día de hoy o en el de mañana, hasta las nueve de la noche. Durante este tiempo la ocasión es propicia y conviene no perderla. Acaso ocurra que la persona que yo pretendo me cite no se preste a confesar que accede a la cita y gusta de aparentar que yo, por traición de su criada, entro, a pesar suyo, en su casa y la sorprendo.