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Actualizado: 22 de junio de 2025


«Señora, ya dije a usted que no... puedo, no puedo de ninguna manera. Es de todo punto im...posible». Y viendo que la víctima se negaba a creer tanta crueldad, echó el último argumento en esta forma: «Si mi padre me pidiera... esa prórroga, no se la concedería. Usted no sabe lo apurado que estoy. Tengo forzosamente que hacer... un depósito. Va en ello mi honor».

Que llega el vencimiento y no hay con qué recoger el testimonio de la deuda. ¿Hay razones que lo justifiquen? ¿El apuro es honrado también? Pues, señor, no he de llevar al pobre hombre a la cárcel, ni le he de malvender la hacienda para cobrarme. O hay buena fe, o no la hay. ¿La hay? Se da una prórroga de dos, de tres meses... o más, si se necesita.

La duquesa le había anunciado que su majestad la reina se dignaba recibirla, y a renglón seguido, como quien no quiere la cosa, habíale pedido prórroga para el pago de aquellos piquillos que hacía varios años le adeudaba. ¡Pues no faltaba más!... ¡Lo que usted quiera! había contestado la generosa acreedora.

Al instante expuso su pretensión de prórroga, empleando sonrisas amables y los términos más dulces que podía imaginar. Pero Torquemada oyó la proposición con fría seriedad, y luego, ofreciendo a las miradas de Rosalía la rosca formada con sus dedos, como se ofrece la hostia a la adoración de los fieles, le dijo estas palabras fatídicas.

Podía pasar la noche pensando en la religión, en la virtud en general, por aquel sistema nuevo, y no preocuparse todavía con el cuidado de recibir al Señor dignamente. Era una prórroga; un respiro. Y ya no le parecía impropio dar rienda suelta a su alegría, aquella alegría causada por fuerzas morales puramente y que tal vez era la alborada del día esplendoroso de la virtud.

Nunca había pensado que su hermano pudiera hacerle tal ruindad. Desde luego contestó que no disponía de ese dinero, y pidió prórroga. D. Félix, con reparos y palabras ambiguas, llegó a prometérsela, o tal creyó el desgraciado al menos. Mas, a los dos días, se vio citado de conciliación ante el juez municipal.

Y viendo que misia Casilda no daba muestras de aflojar los monises, el portugués se alarmó. ¿El señor Vargas no había dejado nada para él? porque estaban a 24 de junio, término de la prórroga; si el pagaré no lo saldaba el señor Vargas, en cumplimiento de su compromiso, se vería él en la dura necesidad de presentárselo al fiador, a Esteven.

Por otra parte, mi licencia está por terminar y tengo que volver a Berlín. Le pregunto si no podría conseguir una prórroga, pero bien veo que no la quiere: «Echa de menos el círculo...» Todos sabemos lo que es eso. Y, además, tiene que vender sus muebles y que arreglarse con sus acreedores. Vete, pues le digo; y Dios te acompañe, hijo mío.

De todo esto, lo más urgente a pagar era el saldo de don Raimundo Portas, quien no estaba dispuesto a conceder más prórroga que los dos días de gracia; el pagaré había vencido el 22... Los demás acreedores esperarían hasta que Dios quisiera. Necesitaba, pues, treinta mil nacionales para el 24 de junio, a las doce, ni un centavo más, ni un centavo menos.

Pero, señora, comprenda usted que del 22 a aquí van ya dos días de prórroga y la ley no exige... Caballero, sea usted bondadoso. No puede ser... En dos días más... Siguió la porfía, hasta que el prestamista declaró, levantándose, que si al día siguiente, a la misma hora, no le entregaban los treinta mil nacionales, iría con la letra protestada a ver a don Bernardino Esteven.

Palabra del Dia

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