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Las tres señoras de Porreño y Venegas vivían en una humilde casa de la calle de Belén: esta casa constaba de dos pisos altos, y aunque vieja no tenía mal aspecto, gracias á una reciente revocación. No había en la puerta escudo alguno, ni empresa heráldica, ni portero con galones en el zaguán, ni en el patio cuadra de alazanes, ni cochera con carroza nacarada, ni ostentosa litera.

Miguel, vista la señal, subió a la casa con paso firme y decidido para que el portero no le detuviese. Lucía le esperaba en lo alto de la escalera. Entra sin hacer ruido le dijo apagando la voz cuanto podía; así... sobre la punta de los pies...

¿Me hace V. el favor de una papeleta? repite el sabio un poco más alto. El portero le mira de nuevo con más frialdad si cabe, se levanta lentamente, moja el dedo para sacar una papeleta del montón y dice: Pues yo te aseguro que no pago primadas; a última hora ha de andar más bajo el papel... ¿Quiere V. darme una papeleta? dice el sabio con impaciencia.

Llega al número 206 de la calle de Richelieu: es una casa que parece habitada por comerciantes; pregunta al portero: «¿Hace el favor de decirme dónde vive la señora baronesa de BoelEl portero le mira de un modo extraño: «En el primero, pasado el entresuelo; hay una placaEn efecto; en el primero de la derecha, una puerta se adorna con una gran placa de cobre, cubierta en sus cuatro picos de arabescos multicolores; en el centro se lee esta sola palabra: Boel.

Era el portero, que se mostró familiar y confianzudo, como si desde la noche anterior se hubiese establecido entre los dos una firme amistad basada en un secreto. Le habló de las bellezas del país, aconsejándole diversas excursiones... Una sonrisa, una palabra animadora de Ferragut, y le habría propuesto inmediatamente otros recreos cuyo anuncio parecía voltear en torno de sus labios.

El señor no está nos dijo. Creyendo que nos engañaba, empujé puerta y portero para abrir paso, y entramos diciendo: está. Me consta que está.

Abandonando, con un disgusto manifiesto, aquel interesante tema, el portero preguntó cómo era la muchacha a quien se refería. Cuando el otro le hubo hecho una descripción de su exterior, dijo: Ya caigo. Es la señorita Ivanov. Viene a ver a sus amigos del tercero derecho... No deben tirarse las colillas al suelo; ¡no las barrerás después!

La moral, la moral elegante quedaba a salvo con que el amante no entrase en el mismo coche, aunque fuesen pocos minutos después a juntarse en el dulce retiro de un gabinete particular. Cuando Clementina llegó a su casa eran las seis y media. Silbó el cochero. Salió de su pabelloncito el portero a abrir la puerta de la verja y luego la del coche. El mismo se encargó de pagar al cochero.

A reforzarlos se aplicó con el pensamiento, hasta que el coche se detuvo delante de la verja de un hotelito de construcción barata, con muchos adornos de yeso y madera que le hacían semejar a las obras de confitería. Apresuróse el portero a abrirle con acatamiento. Salvó en tres pasos el diminuto jardín. Al subir las pocas escaleras del piso bajo salió a la puerta una criada joven.

Tan luego como en la familia se presentaba hija de Eva en estado interesante, las hermanitas, amigas y hasta las criadas se echaban a arreglar programa para un mes de romería por los conventos. Y la mejor mañana se aparecían diez o doce tapadas a la portería de San Francisco, por ejemplo, y la más vivaracha de ellas decía, dirigiéndose al lego portero: ¡Ave María purísima!