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Un día es un día, tío dijo el perrero . Nos alegra que se mueran los grandes. Ya ve usted; yo admiraba mucho a Su Eminencia: pues ¡que se haga la porra! La única satisfacción que tiene un pobre es ver que a los de arriba también les llega la vez.

Sepámoslo de una vez, ¡porra! ¿Por qué me ha llamado usted cazuela hace poco? ¿eh? ¿eh? ¿por qué? Te lo explicaré enseguida, hombre repuso el barón con calma; pero antes beberemos una copa por la congregación de todos los fieles cristianos, cuya cabeza visible es el papa... digo, si te parece. El capellán no puso obstáculo.

¡El Laudes! gritó Celedonio , toca, que avisan. Y Bismarck empuñó el cordel y azotó el metal con la porra del formidable badajo.

No pensaba al levantarme en salir al campo, pero de repente he cogido la escopeta para huir. ¡Porra! ¿De qué nos ha servido tanto comer pan de habas y carne de caballo á los que disparábamos el fusil en las trincheras, si aquellos á quienes hicimos huir se nos han metido en casa y parecen los amos? ¡Cómo está hoy Bilbao, chiquillo! No se puede dar un paso sin tropezar con un cura.

D. Felicísimo me mandó traer vino y bizcochos, y bebieron, cosa la más desacostumbrada que puede verse en esta casa; y uno de los de porra alzó el vaso y dijo: «Por el triunfo de la monarquía legítima y de la religión sacratísima». Brindaron. Y los tres tomaron el olivo. ¿Está Pipaón arriba? Es de los más lenguaraces. Cuando brindaron, D. Juan echó no cuantos loores... ¿Y qué es eso?

¿Vives en Lancia? , señor. ¿Quién es tu madrina? Una señora. ¿Cómo se llama? Amalia. ¡Porra! exclamó Fray Diego, dándose una palmada en la frente. Es la niña recogida por D. Pedro Quiñones. ¿Es verdad que se llama D. Pedro el marido de tu madrina? , señor. Vamos, levántate, hija mía. Ahí no estás bien. Vente con nosotros. ¡Oh, no, por Dios! ¡No me lleven a mi madrina!

Mientras tanto, los ojos saltones de su camarada le miraban con tal expresión amenazadora que parecía que iban a brincar de las órbitas y lanzarse sobre él; crecían por momentos como los de una langosta. ¿Y por qué de patatas guisadas? Yo tengo tantos hígados como usted, ¡porra! y lo he probado en la acción de Orduña y en la de Unzá, y por algo tengo en mi casa seis cruces.

Poco a poco aquellos ojos iban adquiriendo expresión más sombría, los párpados se le caían, se ponían encendidos y se movían a un lado y a otro con más dificultad. D. Santos, a quien sorprendía aquella manera de beber, se atrevió a decir: Fernandita, bebe usted como un sumidero. ¡Porra! Tengo miedo que le a usted un torozón.

Dicen que estremecía ver aquel atrevimiento; y un libro viejo cuenta que era «horrible y espantoso, que llena de congojas y asusta el mirarlo». Los ingleses creen que el juego del palo es cosa suya, y que ellos no más saben lucir su habilidad en las ferias con el garrote que empuñan por una punta y por el medio; o con la porra, que juegan muy bien.