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Que entre el que llama». Yo bajé a abrir la puerta, y se colaron tres señores de cara de perro con bastones de porra. Subieron, y al entrar en la sala, se dejaron a un lado las porras y todo fue cortesía limpia y vengan esos cinco.

Y también me calzaré las manos con eso que llaman guantes, que no pienso quitarme nunca como no sea sino para tomar el pulso.... Tendré un bastón con una porra dorada y me vestiré... eso , en mis carnes no se pone sino paño fino... ¡Córcholis! Te vas a reír cuando me veas.

Llegó Claudio Molinos, bribón consumado, especie de baratero político que en aquel tiempo alcanzó gran boga, y era, según la voz pública, el galeoto del Gobierno en sus enjuagues de mala ley, y el reclutador y generalísimo de la partida de la porra.

Todo eso está muy bien, pater, pero el rey siempre arriba, ¿estamos? y los demás a callar y obedecer. ¡El papa no calla nunca, señor barón! Pues se le pone una mordaza. ¡Quisiera yo ver ¡porra! ¡reporra! ¡cien veces porra! quién se la ponía estando cerca Fray Diego de Areces! gritó el clérigo alzándose convulso y echando fuego por los ojos.

Usted tiene dos cuartillos de ginebra entre pecho y espalda y yo otros dos... o algo más añadió haciendo un número prodigioso de guiños. ¡No es eso, señor barón, no es eso! ¡Entendámonos de una vez, porra! Aquí ya no hay barones ni frailes exclamó el noble en un arrebato de buen humor alzándose de la silla.

Que nadie alardease de guapo dentro de su casa, pues antes de hablar ya había echado mano él á una porra que tenía bajo el mostrador, especie de as de bastos, al que le temblaban Pimentó y todos los valentones del contorno... En su casa, nada de reyertas. ¡A matarse, al camino!

Aresti, recordando los dos Alcides que con la porra en la mano, y al aire la soberbia musculatura dan guardia á los blasones de armas de la provincia, decía hablando de él: «Mi primo se ha escapado del escudo de Vizcaya». Era sobrio en palabras, como todos los hombres que tienen el pensamiento y la acción en continuo uso.

El hombre respira, y yo no me ahogo; él se beneficia, y yo no me perjudico. ¿No fuera pecado mortal obrar de otro modo? Pues, señor, lo que yo digo: si el dinero no ha de servir más que para irle amontonando, o para sacar la entraña a mi vecino, vaya a la porra ese metal, que nunca debe ser metralla para nadie. ¿Se va usted enterando, señora marquesa?

No sabe hablar más que de la muerte; de lo que encontraremos en la otra vida, y vuelta otra vez con la muerte por arriba y por abajo, y el muy camastrón tiene mejor color y está más fuerte que nunca. Si yo me atreviera con él como , le diría: «Qué porra: ya que hemos de morir; vaya un descubrimiento.

Acompañábanle media docena de guardias municipales, un alcalde de barrio y hasta diez o doce hombres de mala catadura, provistos de grandes garrotes, que parecían por las trazas pertenecer a la por aquel tiempo famosa partida de la porra. Guardáronse todas las puertas, quedando franca para todo el mundo la entrada, prohibida para todos la salida.