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Durante tres años se consideró el profesor más feliz de la República porque tenía á su lado á este hombre seductor y diabólico. No era aún Padre de los Maestros, pero fué padre de Popito, que nació al año de esta unión.

Esa tumba que quiere darle es tan enorme, ¡es tan fría!... Usted es bueno, gentleman; usted me ha protegido siempre. Atienda mis ruegos. Pero el gigante le hizo retroceder con el dorso de una de sus manos, tomando después el cadáver para depositarlo en la cajita. Iba á cerrar su tapa, cuando Ra-Ra se abalanzó sobre ella. Métame á también dijo . Donde Popito vaya debo ir yo.

¡Buena la hiciste ayer! dijo el gigante en voz queda, como si hablase con él mismo . En realidad eres el culpable de todo lo ocurrido, por tu maldita idea de dejarme solo para ir á ver á Popito.... Pero no te abandonaré por eso, como me pide la loca de Flimnap.... ¡Qué diablo será esto del amor, que á todos nos hace cometer enormes tonterías, y hasta da un aspecto grotesco á esa pobre mujer tan inocente y bondadosa!...

Pero aunque Gillespie hacía esfuerzos por enterarse de la disertación, inclinaba al mismo tiempo su cabeza del lado de los amantes, deseoso de oir su diálogo. La voz de la invisible Popito, algo desfigurada por el aparato microfónico, evocó en su memoria el recuerdo de la voz dulce y graciosa de miss Margaret.

Pero ya sabe usted, gentleman, que él tiene la manía de atribuir al Padre de los Maestros todo lo malo que ocurre en el país.... En fin, sea quien sea el que proyecta la muerte de usted, nosotros lo averiguaremos. Después de esto, Popito mostró deseos de que su interlocutor la pusiera en el suelo para marcharse, pues acababa de cerrar la noche.

El egoísmo vital se había apoderado de él, borrando las tristezas sentimentales de poco antes. Ya no se acordaba de la dulce Popito ni de Ra-Ra, suicida por amor. Este pigmeo podía matarse, era dueño de su vida, y él no pensaba negarle el derecho á disponer de ella.

Gillespie siguió contando el encuentro de Ra-Ra y Popito sobre su mesa en la tarde anterior, y cómo, extendiendo uno de sus brazos, creó un refugio para que los dos amantes se hablasen entre caricias.

Sus camaradas tuvieron que sacarlo de entre los tizones tirando de sus pies, mientras otros corrían hacia el mar para echarle agua en los mostachos y la cabellera humeantes. Cuando en la tarde siguiente empezaba la playa á obscurecerse, Gillespie vió la llegada de otro hombre con faldas y velos. Debía ser Popito, que le traía más noticias.

La suposición de esta ausencia impresionaba de tal modo á Ra-Ra, que para consolarse volvió á repetir sus abrazos y sus besos. ¡Oh, Popito! murmuró con una voz de éxtasis. Gillespie consideró prudente apartar su mirada de ellos para volverla hacia el imponente cortejo que había venido á visitarle. Miss Margaret se llama ahora Popito se dijo mentalmente . ¡Qué nombre extravagante!

Siendo mistress Augusta Haynes el Padre de los Maestros, era natural que Popito fuese su hija. ¿Cómo iría á terminar toda esta historia empezada al otro extremo de la tierra para reproducirse aquí en proporciones de burlesca exigüidad, pero con un carácter más dramático y peligroso?... Un mugido gigantesco penetró por su conducto auricular, haciéndole salir de su actitud reflexiva.