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Actualizado: 26 de julio de 2025


¡Cómo! exclamó María . ¿Te vas a cenar y me dejas? ¿Me dejas sola y mala como lo estoy, por tu causa? ¡Pues qué! replicó el torero , ¿quieres que yo también me ponga a dieta? Eso no, morena. Me aguardan y me largo. Buen rato te pierdes.

Ponga usted precio a su secreto, la dije desentendiéndome de su observación, y entrando de lleno en mi objeto. Es usted muy joven, me dijo, para que pueda haber perdido una hija de la edad de Amparo; sin embargo, pudiera ser que algún amigo hubiera a usted encargado le buscase una niña perdida. Y la Adela me miraba de una manera fija, escudriñadora. ¿Se obstina usted en no confiarme?... la dije.

A pesar de que lastimaba su espíritu aquella perspectiva de viaje, con las molestias consiguientes, el mucho gastar, el pedir billetes gratuitos y demás chinchorrerías, D. Francisco estaba tan contento que le rebozaba la alegría en los labios, y no podía estar callado ni un minuto. «En cuanto me ponga bien, voy a emprender un trabajo de carpintería.

Algunos marineros de las Canarias la ven de muy cerca en sus navegaciones; los hay que llegan a amarrar sus bateles en los árboles de la orilla, entre restos de buques cubiertos de arena; pero siempre surge una tempestad inesperada, un temblor de tierra, y el mar los arroja lejos. Y pasan siglos y siglos sin que nadie ponga el pie en sus playas.

La cosecha de algodón puede cómodamente producir lo mismo que la yerba, y aun excederles en mucho, siempre que se ponga un poco de aplicación. El plantío y beneficio del tabaco, así torcido como enmanojado, es un renglón de mucha utilidad, y beneficiándolo como queda dicho puede asegurarse, sin riesgo de equivocación, que pasarían de 1.000 pesos las utilidades que rindiera.

Usted es muy joven, Obdulia, y tiene aún mucha vida por delante. Todo eso que usted ve en sueños, véalo como una realidad posible, probable. Dará usted comidas de veinte cubiertos, una vez por semana, los miércoles, los lunes... Le aconsejo a usted, como perro viejo en sociedad, que no ponga más de veinte cubiertos, y que invite para esos días gente muy escogida.

Pues nada más fácil, querido doctor observó sonriendo Esteven, ponga en la misma mesa a Jacintito, y le dará conversación al sordo-mudo, y así no se aburrirá. El país no se ha de hundir por eso. Le pondremos, amigo; muerto por mil, muerto por mil quinientos. Que venga su hijo, y si no quiere venir, que no venga; yo daré orden al Habilitado que le entreguen trescientos pesos todos los meses.

Era aquel el regalo elegante, refinado, de un hombre que no procura deslumbrar pero que sobresale sobre todos los demás por la rareza y el gusto de lo que regala. ¡Oh! señor, dijo Herminia, ¿cómo me atreveré á adornarme con una alhaja de tan gran precio? Hija mía, dijo Roussel sonriendo, esa joya no tendrá verdadero valor más que cuando usted se la ponga.

Déjate de medicinas... ¿Para qué ya?... Vaya, D. Plácido, prepárese; verá qué golpe... Se me ocurrió una idea, hace poco, cuando estaba sin habla, al punto que me entraba también la idea de mi muerte... Ponga ahí lo que yo le diga: «Señora doña Jacinta. Yo...». Yo... repitió Plácido.

Cierto que las cosas no son ni valen nada, porque no son Dios; pero, sin duda, son algo por el ser que Dios les da, y este es otro misterio, cuya obscuridad tenebrosa no hay ni habrá nunca mente de hombre nacido que ponga en claro.

Palabra del Dia

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