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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Buscando fresas y waldmeister, Poldy se había alejado del castillo y penetrado en la profundidad del bosque, harto más de lo que solía. Así vino a encontrarse en sitio muy solitario y agreste, donde, rota la espesura que los apiñados árboles formaban con su denso follaje, había una pequeña laguna.
Ningún voto perpetuo la ligaba, apenas tenía obligación de vivir algunos días en comunidad, y alcanzaba en cambio no cortos privilegios, exenciones y autorizada consideración. A pesar de estas facilidades y ventajas, hacía ya tiempo que la condesa Poldy se había aficionado tanto a la soledad, que no iba a Viena, ni salía del castillo y de sus rústicas cercanías.
A solas en su estancia, se repuso Poldy de su temor, logró calmarse, y en el fondo de su alma no pudo menos de conceder su perdón al príncipe indio. ¿Qué no perdonará una mujer a un joven gallardo y elegante, enamoradísimo de ella, y que viene a buscarla y a ofrecerle su mano desde tan remotos países?
Lo primero que Poldy hacía todas las mañanas, lo primero de que gustaba y a donde iba precipitadamente apenas salía de paseo, era a la margen de la laguna a ver si se le aparecía de nuevo la cigüeña blanca.
Poldy, casi desesperada ya de volver a ver la cigüeña, acudió, no obstante, como de costumbre, entre diez y once de la mañana, a la orilla de la laguna.
En efecto; pocas horas después buscó el conde a Poldy, la llevó de nuevo a la biblioteca, y con aire de triunfo le mostró los versos ya traducidos. No se qué pensar, dijo a su hermana.
Impulsada por su impaciencia, echó las manos al cuello del pájaro zancudo, y empezó a buscar el cordón o la cinta de donde pendiese la respuesta que a su carta esperaba. ¡Qué cruel aflicción tuvo entonces! No hallaba carta pendiente. No hallaba cinta ni cordón de que pendiera. A punto estuvo Poldy de llorar de rabia.
Pero ¿cómo Poldy, que era pobre y desvalida también, había de irse con su hermano y serle constantemente gravosa? Esto no era posible. A Poldy además le dolía en el alma tener que abandonar aquellos lugares, tan llenos para ella, de dulces y misteriosos recuerdos.
Durante el invierno, la Condesa Poldy, retenida en el castillo por las lluvias y los hielos, no daba tan largos paseos ni eran sus excursiones tan reposadas y contemplativas como en la primavera y en el verano. Pero, durante la primavera, se desquitaba bien de su forzada reclusión permaneciendo largas horas en el bosque.
Y sin que refrenase su dolor la inquebrantable fe religiosa que daba vigor a su alma, la joven condesa, lloró durante meses a su difunta madre sin hallar consuelo, y olvidada casi de cuantos devaneos, ilusiones y esperanzas habían poetizado su solitaria existencia en aquellos últimos tiempos. Poldy, sin embargo, aunque no se consoló, hubo al cabo de serenarse y calmarse.
Palabra del Dia
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