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Actualizado: 4 de junio de 2025
Para ella no cabía la menor duda: los versos eran obra de un ilustre y joven señor de la India. Poldy iba amenudo más adelante en sus atrevidas imaginaciones.
El indio había tenido bayaderas, y había hecho aquella vida rota, de puro oriental, cuando estaba aun sumido en las tinieblas del paganismo, pero cuando, gracias al padre jesuita, se convirtió a la verdadera religión, Poldy daba por segura su enmienda y el abandono en que había dejado sus viciosos deportes.
Admirable era la hospitalidad conque acogía en su casa a los huéspedes, contribuyendo a este fin el privilegiado talento de su cocinero, artista de primer orden. Dos hijos tenía Poldy: una niña de ocho años y un niño de seis, que eran dos ángeles de puro bonitos.
Poldy le veía siempre solo y como no entendía su lenguaje, no le preguntaba si era casado, como en España solemos preguntar a los loros, que responden a la pregunta. Era también un misterio para Poldy el lugar donde anidaba la cigüeña. La veía a orillas de la laguna.
Hechizada quedó Poldy al contemplar los mencionados retratos. Se prendó de la hermosura y distinción de su remoto amigo. Y no pudo menos de confirmarse en la creencia de que era un príncipe indio mediatizado, un nababo, o por lo menos un brahman o un chatria de primer orden y de mucho fuste.
Si no fuésemos a creer sino lo que comprendemos, apenas creeríamos nada. Acudía a veces a la memoria de Poldy un cuento de las Mil y una noches, y se deleitaba en presumir que lo que a ella le pasaba tenía algún parecido con dicho cuento. En las más elevadas regiones del aire, se encontraron una noche un hada y un genio que iban volando en opuestas direcciones.
Hizo Poldy algunos cariños a la cigüeña a fin de mostrar su gratitud, y hasta hay quien dice que besó su cabeza en albricias del buen recado. Luego Poldy se fue corriendo al castillo para encerrarse en su cuarto, cortar el precinto con tijeras y ver lo que el rollo contenía. Había en el rollo varios objetos que Poldy fue sucesivamente examinando.
Casi hundidas las raíces en el agua se veían a trechos espadañas y juncos en muy pobladas matas. Sobre el haz del agua dormida, que no rizaba entonces el más ligero soplo de viento, se extendían la verde lama y las redondas y anchas hojas de nenúfar, cuyas blancas flores se levantaban en el aire tranquilo. Los pies de Poldy se hundían en la hierba que había crecido muy alta.
Pasado el mencionado plazo, Poldy consideraba inevitable su salida del castillo, así como tomar decidida resolución para vivir a su gusto y con independencia y decoro. Tal era la desengañada posición de Poldy. Sólo negras nubes, que presagiaban tempestad, columbraba, al mirar en todas direcciones, en el horizonte de la vida.
Y por último, contra lo que más se sublevaba era contra agregarse a la familia de cualquiera de sus hermanos o hermanas y hacer allí el triste papel de huésped perpetua, de tía y de acompañanta, viviendo en algo a modo de poco airosa dependencia y de mal disimulada servidumbre. Horror causaba a Poldy cualquiera de estos planes en que trazaba y representaba su porvenir.
Palabra del Dia
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