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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Poldy, aunque suavizando mucho lo sobrenatural, así por modestia, como por el escepticismo que es tan propio del siglo presente, se dio a sospechar que en todo lo sucedido podría muy bien y casi naturalmente haber algo que con el cuento oriental coincidiera.
Poldy había luchado, durante algunos meses, en espantosa indecisión, entre el amor que Isidoro le inspiraba y los deberes más o menos artificiales, que la ligaban a su patria, a su familia y a la alta clase a que pertenecía. Por último, el amor triunfó en el alma de Poldy, mas no para quedarse en Austria desdeñada y aborrecida de sus hermanos y parientes. No: esto era imposible.
Era una corpulenta cigüeña blanca, que salió de detrás del torreón, y que sin el menor espanto, sino mansa y serena, se vino hacia Poldy con paso lento, grave y majestuoso. De vez en cuando movía la cabeza a un lado y a otro con graciosa coquetería.
En las demás cosas de la vida estaba sometido siempre al entendimiento y a la voluntad de su hermana Poldy, a quien él amaba en extremo. Prohibiole ésta que hablase con nadie del encuentro de la cigüeña, de los versos y de la traducción, y el Conde Enrique obedeció y se lo calló todo. No quería Poldy que su madre se enterase de nada.
A los criados, a los campesinos y a los desvalidos y pobres, sí los miraba, pero los miraba para protegerlos y ampararlos hasta donde alcanzaban sus medios y recursos. Lo que es de igual a igual, la condesa Poldy no trataba a nadie, ni fijaba su atención en nadie como no fuera de su clase.
Volviendo luego a andar con mayor lentitud y con cierta vacilación, como si el respeto le contuviera, siguió el pájaro peregrino caminando hacia Poldy, y parándose a cada dos o tres pasos como si aguardase el permiso de llegar hasta ella.
Muy distraída o muy afanada debía de andar Garuda, cuando no se mostraba en la margen de la laguna a donde Poldy iba a buscarla de diario. El indio seguía también tan invisible como Garuda. Poldy languidecía de impaciencia, e imaginaba en ocasiones que iba a marchitarse su juventud como entreabierta rosa, en cuyo seno, donde no cayó el rocío, penetran los rayos del sol en la estación estiva.
Pero la cigüeña, como si adivinase su sentimiento, abrió las largas alas y al punto con alegría y sorpresa advirtió Poldy que la cigüeña tenía debajo del ala izquierda y muy bien atado allí con un fuerte y sutil cordoncillo que bajo las plumas se escondía, un largo y delgado canuto o rollo.
Perla brillante, aunque escondida En lo profundo del mar estés, Yo sabré hallarte, bien de mi vida, Para que excelso premio me des. Poldy oyó atentamente los versos y habló de ellos con su hermano y hasta los juzgó con aparente frialdad crítica, concediéndoles algún mérito y señalando sus muchos defectos.
La general creencia es sin embargo la de que Poldy, aunque perdidamente enamorada del judío, no cedió ni se rindió a sus razones. Muy por el contrario, todos por allá dan un fin trágico y misterioso a la presente historia. El castillo de Liebestein está solitario y ruinoso.
Palabra del Dia
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