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Actualizado: 4 de mayo de 2025
La venida de éste no podía ya tardar mucho, y Poldy se moría de impaciencia por verle vivo y no pintado, en cuerpo y alma y no en imagen. Lo que excitaba su curiosidad y le cosquilleaba suavemente las telas del cerebro era la condición de Padmini, que el joven indio le concedía.
Como quiera que fuese, Poldy vivió en adelante muy retraída y melancólica. Aquel año fue el invierno muy crudo. Ni una vez sola, ni por muy breves días, fue Poldy aquel invierno a Viena. Penoso y terrible cuidado vino a aumentar las causas de su retraimiento.
Por su carácter era un ángel, y por su facha, a no ser tan bondadoso, hubiera parecido un demonio, aunque por lo feo y pequeñuelo no dejaba de parecer un duende. El ser que iluminaba el castillo con esplendores de poética hermosura, era la gentil Poldy, única hija de la Condesa viuda que permanecía soltera, aunque frisaba ya en los veintiocho años.
Comprendió Poldy la intención del pájaro; no temió nada porque le consideró inofensivo, pero extrañó que se le mostrase tan cariñoso y que tan resueltamente y a largos trancos de sus zancas enjutas viniese hacia ella como si fuese un antiguo amigo suyo. ¿Le habría conocido y tratado antes y no lo recordaría entonces?
Al lado opuesto del narguilé, aunque mucho más cerca del joven señor, se alzaba, en muy graciosa postura, nuestra ya conocida amiga la cigüeña blanca, cuya vista complació a Poldy no poco.
Poldy esperaba que permaneciese secreto su impremeditado desliz; el mal paso que había dado y que por lo menos calificaba ya de imprudente locura. Por otra parte, en ocasiones en que su humor era menos negro, Poldy se juzgaba con alguna indulgencia y hasta llegaba a absolverse de su culpa, dado que la hubiese.
Otra cosa, de las que enojaban algo a Poldy, era la presencia en la fotografía de aquellas tres bayaderas tan ligeramente vestidas y tan poco modestas y comedidas en sus bailes. Pero también Poldy se mostraba indulgente con este desafuero del indio, y si no le disculpaba, le explicaba y casi le perdonaba.
Poldy no volvió, pues, a hablar de él ni con su mismo hermano, como si su mismo hermano lo ignorara, o como si ella tuviese la pretensión de que él lo olvidase. A solas, pues, y en toda libertad, Poldy se figuraba a medida de su deseo, al autor de las tres poesías.
A pesar de todo, y después de haber hecho la indispensable rebaja, Poldy se complacía en que fuera noble su indio y hasta se figuraba llanísimo que fuese él naturalizado, hof-fähig sin la menor dificultad, y que asistiese con ella a la corte cuando estuviesen casados.
En aquella situación no era dable diálogo alguno. ¿Qué podían decirse los dos enamorados? ¿Con qué frases, en qué sobrehumano idioma acertarían a expresar sus agitadores sentimientos? Solo dijo él: Aquí estoy, Poldy. Tuya es mi vida. Quiero ser y seré tuyo para siempre. Yo te amo, yo te idolatro, yo te adoro.
Palabra del Dia
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