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Actualizado: 21 de julio de 2025
Clara, que se creyó causante de aquel desperfecto, tuvo bastante fuerza para huir de las iras del carretero, que, á haberla visto, la hubiera maltratado; corrió hacia arriba, y no paró hasta la esquina de la plazuela de la Paja. Allí encontró otro sereno y le hizo su pregunta. Está usted cerca le dijo éste.
Con cuánto amor se sientan al pié del venerable tronco, casi cadáver ya, los hijos de la multitud! Bello y poético culto tributado á la vida, cuatro veces secular! Cerca de la plazuela muestra su sombría cabeza la Torre-maldita, donde se guardaban los instrumentos de tortura, verdadera irrision de aquel árbol, símbolo de victoria y emancipacion.
Doña Nieves era propietaria de algunos puestos del mercado y los arrendaba; por esto, así como por sus muchas relaciones, los diferentes tratos en que andaba y los anticipos que hacía a las placeras, ejercía cierto caciquismo en la plazuela. Se hacía respetar de los guindillas, protegiendo al débil contra el fuerte y los contraventores de las Ordenanzas urbanas contra la tiranía municipal.
Vargas Orozco permaneció todavía un instante con el mentón apoyado en el libro y los ojos fijos en el suelo. Su negra figura eclesiástica prestaba un aspecto fúnebre a la solitaria plazuela, donde el anochecer parecía tamizar un polvo fosco de herrumbre. La corriente de aire que llegaba por la calle de la «Vida y la Muerte», agitaba su manteo.
¿No es acaso ese juego de los partidos colombianos la marcha constante de las sociedades humanas hacia el progreso, y no está revelando la existencia de un pueblo libro y enérgico en la defensa de sus derechos? . Bogotá. Primera impresión. La plazuela de San Victorino. El mercado de Bogotá. La España de Cervantes. El caño. La higiene. Las literas. Las serenatas. Las plazas. Población.
El gas de los escaparates estaba ya encendido, pero Jacinta, que acostumbraba pararse a ver las novedades, no se detuvo en ninguna parte. Al llegar a la esquina de la plazuela de Pontejos y cuando iba a atravesar la calle para entrar en el portal de su casa, que estaba enfrente, oyó algo que la detuvo.
Casi todos los días del mes se pasaban en angustiosos arbitrios para reunir cuartos, cosa en extremo difícil ya, porque no había en la casa objetos de valor. El crédito en tiendas o en cajones de la plazuela, habíase agotado. De los hijos nada podía esperarse, y bastante hacían los pobres con asegurar malamente su propia subsistencia.
De la plazuela de San Benito pasamos á otra no menos solitaria y monumental, denominada del Águila, siendo de advertir que, como no encontrábamos á nadie que pudiese indicarnos el camino, teníamos que guiarnos por la posición del sol, á fin de llegar pronto al hotel, pues iba siendo hora de almorzar..... en su reglamento y en nuestro estómago.
En una de estas salidas, un viernes por la tarde, Gallardo, que iba camino de la calle de las Sierpes, sintió deseos de entrar en la parroquia de San Lorenzo. En la plazuela alineábanse lujosos carruajes. Lo mejor de la ciudad iba en este día a rezar a la milagrosa imagen de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder.
Iba presa de una emoción indefinible, murmurando incesantemente: «calle de la Pasión... una casita baja, de revoque amarillo... que hace esquina...» Atravesaron la calle de Toledo, entraron en la de los Estudios, anduvieron toda la del Cuervo y, al llegar a la Plazuela del Rastro, preguntó Paz a una mujer dónde estaba la Ribera de Curtidores, con propósito de seguir adelante, hasta encontrar la esquina de la calle de la Pasión.
Palabra del Dia
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