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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Más de la mitad de él, por la parte superior, estaba rodeado de un espeso bosque de robles. Los de Fresnedo se ocultaron allí sin ser vistos de la gente de la romería. Hallábase ésta en todo su esplendor. Hervía el campo con rumor gozoso de cantos y risas y pláticas ruidosas.

-Malos sean los que me quedan por vivir -respondió Sancho-, si lo dije por tanto; sólo lo dije porque es tan grande el cariño que tengo a mi jumento, que me pareció que no podía encomendarle a persona más caritativa que a la señora doña Rodríguez. Don Quijote, que todo lo oía, le dijo: ¿Pláticas son éstas, Sancho, para este lugar?

En estas y otras pláticas se pasó gran parte de la noche; y, aunque don Juan quisiera que don Quijote leyera más del libro, por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo que él lo daba por leído y lo confirmaba por todo necio, y que no quería, si acaso llegase a noticia de su autor que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído; pues de las cosas obscenas y torpes, los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos.

Sabía de antemano lo que le preguntarían sus ilustres parientas, viejas pretenciosas de pelo teñido y dentadura semejante a un juego de dominó. «Pero grandísimo perdido, ¿cuándo te casas?...» Y si él se resignaba a asistir a estas reuniones, era justamente para no casarse, para aprovechar el tedio de alguna señora que se trasladaba humillada de un salón a otro sin encontrar compañía, iniciando con ella pláticas sentimentales que terminaban a veces en algo más positivo.

»Quedé admirado deste nuevo accidente, hasta allí jamás en ella visto, porque siempre nos hablábamos, las veces que la buena fortuna y mi diligencia lo concedía, con todo regocijo y contento, sin mezclar en nuestras pláticas lágrimas, suspiros, celos, sospechas o temores.

Todas estas pláticas estaba escuchando, muy atento, don Quijote, y, sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera, le dijo: -Creedme, fermosa señora, que os podéis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo a mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, es por lo que suele decirse que la alabanza propria envilece; pero mi escudero os dirá quién soy.

El agradable Abu-el-Casín, al escuchar tal reseña, dijo para : "Ya tengo el centésimo vigésimo quinto aljamel que me faltaba para el completo de mi cuenta"; y cogiendo al elocuente El-Wadar por la manga de su aljuba le interrumpió en su agradable ejercicio, sintiendo tal contratiempo aquel orador, no tanto por el puesto que iba a ocupar entre los aljameles de Ben-Farding cuanto por el negro disgustillo y rabieta de no oirse así propio en el vigésimo discurso que había ya principiado a pronunciar a su auditorio, y que hubiera sido más torneado y salido con más arrebol y afeites de palabrillas y colorines que las diez y nueve pláticas restantes y trompeteadas por sus labios aquel día.

En estas y otras gustosas pláticas se les pasó aquel día, y a la noche se albergaron en una pequeña aldea, adonde el primo dijo a don Quijote que desde allí a la cueva de Montesinos no había más de dos leguas, y que si llevaba determinado de entrar en ella, era menester proverse de sogas, para atarse y descolgarse en su profundidad.

La juventud de la villa tuvo fuerzas para arrollar las ruines pasiones que agitaban los pechos de sus papás, y entró en aquel solitario salón como un torrente desbordado, haciéndolo resonar con sus risas y pláticas, con chillidos horrísonos: Alvaro, ¿me conoces? ¿me conoces? ¿Por qué no te casas? Mira que ya vas caminando para Villavieja.

En el Diálogo del Nacimiento, de Naharro, no observamos ningún adelanto, comparado con los de la misma especie de Juan del Encina: su acción es nula, y en las pláticas entre dos peregrinos y dos pastores, se hallan, al lado de licenciosas bufonadas, sutilezas singulares de erudición teológica.

Palabra del Dia

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