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En el mismo instante, por una violenta sacudida que el navío experimentó, Kernok, adivinando que el áncora había cedido al cabrestante, se lanzó hacia el puente, con su bocina en la mano. ¡Alerta! ¡Alerta! he ahí a los piratas de Ochali que parten. El cautivo de Ochali. Cuando Kernok apareció sobre el puente, se hizo un profundo silencio.

Y los piratas, fatigados, se lanzaron sobre el puente; Kernok dejó a El Gavilán al pairo hasta el amanecer, y fue a gustar de algunos instantes de reposo, con la satisfacción de un hombre opulento que se encierra en su alcoba después de haber dado una fiesta suntuosa a sus invitados.

Mientras tanto, Hans y el chino ascendieron por la escala y entraron en la casa, y a poco, en pos de ellos, el piloto, el cual retiró las pértigas para que no pudieran subir los piratas. ¡Ya tenemos casa! exclamó Hans. Una verdadera fortaleza añadió Cornelio . Desafío a los piratas a que nos descubran.

Sus abuelos habían sido piratas en el Archipiélago, y él, viendo cortada esta carrera heroica, hizo el contrabando en su juventud. Spadoni, algo intimidado por la majestad del grande hombre, balbuceaba excusas con los ojos fijos en su pechera brillante ornada de perlas y en el chaleco de seda gris que cubría su recio vientre.

¿Qué barco es éste, señor capitán, exclamó entre dos balances, en el que un honrado caballero no puede dar un paso sin exponerse á partirse el alma? Si ha de continuar mucho tiempo esta danza, ponedme á bordo de uno de esos piratas, que más saltarines que vuestra nave no pueden ser, á buen seguro.

Tan pronto era: «¡Bah! Después de nosotros, el fin del mundo». O bien: «La próxima campaña debía ser ruda, el invierno frío, el vino malo»; y una multitud de otras gracias destinadas a endulzar los últimos momentos de los pobres piratas, que tenían el cuidado de abandonar una honorable existencia sin saber demasiado a dónde iban.

Deseoso de asestar el golpe de gracia á los piratas de Mindanao, valido de la superioridad de nuestras fuerzas marítimas, el Gobernador de Zamboanga resuelve la ocupación del delta del río Grande, centro del poderío mahometano en aquella isla.

Digno descendiente de tantos famosos guerreros sajones, su corazón latía con violencia y hubiera deseado llegar á las manos con los piratas sin más tardanza. De pronto le pareció que una voz ronca le hablaba al oído, y volviéndose prontamente dirigió al timonel una mirada interrogadora.

Con sus ganancias compró tierra, mucha tierra, poco deseada por lo insegura, dedicándose á la cría de novillos, que había de defender carabina en mano de los piratas de las praderas. Luego se casó con su china, joven mestiza que iba descalza, pero tenía varios campos de sus padres.

Alonso de Olmedo, de una familia distinguida, natural de Talavera de la Reina, y al principio paje de Felipe III, se hizo cómico por su amor á una bella actriz, y entró á formar parte de la compañía, cuyo director era el marido de su amada. Sucedió entonces que parte de esta compañía, en un viaje á Vélez Málaga, cayó en manos de unos piratas berberiscos.