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¡Conque en otra parte!... Y ¿cómo? ¿Se te figura a ti que estos cuatro cachivaches que uno tiene en casa van a producir más en otro lado, donde haya que pagar la tienda y hasta el agua que uno beba? Claro que no. Pero decía yo que si con esto que ya tenemos y, pinto el caso, un estanco que te sacara el general... en la villa....

A ellos, y no a la menguada y pobre inspiración del poeta, se debe el éxito pasmoso que obtuvo el drama, en el precioso teatro que el Sr. D. Fernando Bauer improvisó en su casa, y cuya magnífica decoración mudéjar pintó lindamente el Sr. Conde del Real Aprecio.

Quiso, sin embargo, que le retratara Velázquez y éste por vía de estudio pintó primero una cabeza de su esclavo Juan de Pareja, que era de generación mestizo y de color extraño: hízola dice Palomino «tan semejante y con tanta viveza que habiéndola enviado con el mismo Pareja a la censura de algunos amigos, se quedaban mirando el retrato pintado y al original con admiración y asombro, sin saber con quien habían de hablar o quien les había de responder.

En suma, para qué cansarte: las angustias y los apuros de las señoras de Pinto fueron inefables e innumerables durante cerca de dos meses que permanecieron sus parientes en la capital de Francia. Por dicha se marearon estos de oír tanto ruido como hay en estas calles de París, de estropear la lengua de Voltaire y de que nadie les hiciera caso sino los que les sacaban el dinero.

El vestido de 72 ducados que se da a Tomás Pinto, por haber sido ayo de D. Antonio, el enano inglés, me parece que se podría reformar desde luego. El que se le da al destilador, aunque es de los más antiguos, me parece que se reduzca en éste a 80 ducados, y que al primero que entrare se le reforme.

Un caballero cristiano que militaba en sus filas y á quien confió esta mision, deseoso de reconciliarse con su rey, exageró el número de los enemigos, y pintó no solo peligroso, sino hasta quimérico el proyecto de atacarlos. «Vais á morir, le dijo á Aben-Hud: vais á sacrificaros en vano por una ciudad que está condenada desde mucho tiempo á los horrores de la servidumbre.

¿Y á dónde hemos llegado? No quiero ocultároslo. A mi casa de campo del río. Creo que esta casa es del conde mi señor, y que la pintó y la amuebló para vuestras bodas. Así es. ¿Y aquí queréis tenerme? ¿Y por qué no? Ocurrencia del diablo es. Dejadme bajar, que abren la portezuela. ¿En galán os tornáis, y en dama me convertís? dijo Quevedo. por cierto; dadme la mano para bajar.

86. Fué de admirar cuanto cayeron de ánimo los indios con la muerte tan intempestiva de su capitan, en cuyo valor, prudencia y arte, tenian puesta toda su esperanza: y por esto, despues de algunos reencuentrillos que hubo tras el rio Vacacay, desde visperas hasta la noche, es que cuentan los indios una cosa particular: que cierto portugues, hijo de Pinto, Gobernador de la recien construida fortaleza en el Yobí, ó sobrino de parte de su padre, el cual fué muerto por los indios con una bala para vengar dicha muerte, en un caballo elegante, y bien armado de fusil, pistolas y alfange, un Lorenzista, á quien el mozo tiraba á matar, corriendo confiado á caballo h

Nuestros ilustres viandantes sólo figuran como meros observadores y las noticias que dan no difieren mucho de las consignadas en las relaciones de viajes del Reverendo Padre Agustino Fray Juan González de Mendoza, del nunca bien ponderado Fernán Méndez Pinto, del Padre Maestro Fray Domingo Fernández Navarrete, de la orden de predicadores, y de otros sinólogos, españoles y portugueses no pocos de ellos, sin excluir a don Sinibaldo de Más, nuestro antiguo amigo.

Así transcurrió, no sin grande impaciencia del Vizconde, una semana entera, y llegó otro viernes, día en que la señora de Pinto tenía su tertulia. El Vizconde acudió tan temprano, que sólo encontró a la señora y señoritas de la casa y a tres o cuatro amigos íntimos que habían estado a comer con ellas.