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Actualizado: 8 de mayo de 2025
¡Mi pobre invalidito! decía con susurro amoroso . ¡Tan feo y tan inútil que me lo han dejado esos pillos!... Pero, por suerte, me tiene á mí, que lo adoro... Nada importa que te falte una mano; yo te cuidaré: serás mi hijito. Vas á ver, cuando nos casemos, con qué regalo vives, cómo te llevaré de elegante y acicalado... Pero ¡ojo con las otras!
Si me descuido, no tengo tiempo ni de dejar a esta infeliz bien defendida de los pillos y de las propias debilidades de su carácter. ¡Pobre chulita! Hay que mirar mucho cómo la dejo, porque esta al son que la tocan baila. Lo que se me ha ocurrido para asegurarla contra incendios, es decir, contra los rasgos de todas clases, quizás no le guste; de fijo que no le gustará.
Me dijeron que andaba por allí con una cuadrilla de pillos y cierta pelona que es su querida, la Piquirri, una chicuela seca como una caña, con la cara llena de costurones, que vende periódicos en la Puerta del Sol y se arremanga para que los señores viejos la vean unas pantorrillas que parecen flautas.
Vean de qué le vale á uno ser más bueno que el pan, y sacrificarse por los desgraciados, y hacer bien á los que no nos pueden ver ni en pintura.... Total, que lo que pensaba emplear en favorecer á cuatro pillos... ¡mal empleado dinero, que había de ir á parar á las tabernas, á los garitos y á las casas de empeño!... digo que esos dinerales los voy á gastar en hacerle á mi hijo del alma, á esa gloria, á ese prodigio que no parecía de este mundo, el entierro más lucido que en Madrid se ha visto. ¡Ah, qué hijo! ¿No es dolor que me le hayan quitado?
Desgraciadamente, érame imposible luchar contra su experiencia personal, y cuando me afirmaba que las cosas se pasaban de tal o cual modo en el mundo, y los hombres no eran más que pillos, unos agentes de Satanás, me moría de rabia porque no podía contestarle nada.
Belarmino miraba con gesto exculpatorio a sus amigos, como diciendo: «Perdono; es una mujer inferior». Antes de salir, Xuantipa apostrofó a los que quedaban: Pillos, que tomáis a este babayo de mona para reírvos. Según bajaban las escaleras, Belarmino bisbiseaba, como si hablase consigo mismo: Y esto un día, y otro día, y otro día....
Arrastraban sillas, sonaba el piano y después el taconeo de los danzantes. Bailaban. «¡Y todo esto lo he traído yo! ¡Y bailan sobre las ruinas! ¡Los Reyes se arruinan; la casa Valcárcel truena... y el último ochavo lo gastan alegremente entre todos estos pillos y viciosos que he metido yo en casa!». «¡Empezó él!, decía ese tunante. ¡Y tiene razón! Yo empecé, y aún debo, aún debo... lo robado.
Otro de sus temas era: No más pillos y pena de muerte al ladrón. O más claro: castigo inmediato y cruel a todos los que van al gobierno con el único fin de hacer chanchullos.
Digo, la Humanidad no, porque es Dios... los hombres, los prójimos, nosotros, que somos todos muy pillos, y por eso nos pasa lo que nos pasa.... Bien merecido nos está... bien merecido nos está.» Acordóse entonces de que al día siguiente era domingo y no había extendido los recibos para cobrar los alquileres de su casa.
«Allego y me aboco con los comiteles y les canto claro: ¿Pero señores, nos acantonamos o no nos acantonamos?... porque si no va a haber aquí una yeción. ¡Se reían de mí!... ¡pillos! ¡Como que estaban vendidos al moderaísmo!... Sabusté tocayo, ¿con qué me motejaban aquellos mequetrefes?
Palabra del Dia
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