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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Como si necesitase contemplarla de más cerca, pasó una mano con suavidad por debajo del cuerpo de Popito y puso igualmente sobre la palma á su lloroso compañero, para no privarle ni un instante de la presencia de su amada. Sentado en el centro del bote permaneció mucho tiempo, con la diestra cerca de los ojos, contemplando el grupo que formaban los dos pigmeos enamorados.
Todas ellas ostentaban en sus birretes los varios colores de las catorce Facultades que clasifican la sabiduría entre los pigmeos. El cortejo fué desapareciendo lentamente bajo la mesa. Sintió el gigante una ruidosa agitación junto á sus pies, pero hizo esfuerzos por mantenerlos inmóviles, temiendo provocar una catástrofe.
Y convencido de que Ra-Ra, por ser igual á él, sólo podía decir tonterías cuando estaba furioso, prescindió de su persona para ocuparse únicamente de Popito. ¿Era posible que miss Margaret fuese á morir cuando él la había salvado?... Volver atrás resultaba imposible; en la tierra de los pigmeos sólo les esperaba la muerte.
A la mañana siguiente de su vuelta de la antigua capital de Blefuscú se presentó con un nuevo regalo para el coloso. Su amigo el profesor de Física, que apenas si se acordaba ya del accidente maternal de pocos días antes, le había fabricado un aparato para que Gillespie pudiese escuchar considerablemente agrandados los ruidos que resultan ordinarios en la vida de los pigmeos.
El joven le guiaría en su excursión, como el cornac que va sentado en la testa del elefante. Siguiendo sus indicaciones, se metió entre las dos torres y las casas para seguir una amplia avenida. Durante varias horas Gillespie visitó la capital, admirando la audacia constructiva de aquellos pigmeos.
Era un Edwin Gillespie considerablemente disminuido; sus mismos ojos, su mismo rostro, igual estatura dentro de las proporciones de su pequeñez. Hasta creyó que su voz tenía el mismo timbre, considerablemente debilitado. Parecía que era él mismo quien hablaba desde una larga distancia. De todas las maravillas que había visto en la República de los pigmeos, ésta era la más asombrosa.
Cada dos hombres llevaban entre ellos, lo mismo que si fuese un cartelón anunciador, una faja de papel impreso mucho más larga que alta. Todos estos carteles tenían una capa de grasa y de suciedad, en la que la vista microscópica de los pigmeos veía rebullir pequeñísimos monstruos del mundo microbiano.
Tengo la certeza de que en todas las literaturas antiguas fueron muchos los relatos sobre países de pigmeos y países de colosos. ¿Qué pueblo no contó historias de gnomos minúsculos, de vida misteriosa, y gigantes que para contemplar á uno de nuestra especie necesitan colocarlo sobre la palma de una mano?... Voltaire se inspiró en Swift para crear su Micromegas, y sería muy largo el relato de todos los novelistas y cuentistas que imitaron más ó menos directamente este género de fantasías.
El público la encontró también acertada. Los pigmeos se sentían halagados al pensar que iban á infligir una existencia de crueldades y privaciones á aquel gigante capaz de aplastarlos entre sus dedos. Esto resultaba más útil y más divertido que darle muerte. En vano los amigos del gobierno intentaron una última resistencia, alegando que el Hombre-Montaña se resistirá á trabajar.
Y vosotros, qué sois? flojos pigmeos Sin brazos, sin espada, sin creencia, Temblando ante el tirano como reos Sofocando la voz de la conciencia...! Y bebereis oprobio eternamente Sin levantar la deslustrada frente!
Palabra del Dia
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