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¡Ay, ay! ¡Tan honrado y buen cristiano! y el difunto había sido, por sus picardías y por lo encallecida que traía la conciencia, digno de morir en alto puesto, es decir, en la horca. Y por este tono eran las jeremiadas. No concluía aquí la misión de las lloronas. Quedaba aún el rabo por desollar; esto es, la ceremonia de recibir el duelo en casa del difunto durante treinta noches.

Los dos habían sido muy buenos amigos. El cochero celebraba sus picardías de animal viejo y brioso; tenía orgullo en decir que era muy bravo y sólo por él se dejaba manejar, y ahora estaba allí tendido de costado sobre el estiércol, inmóvil como carne muerta, agitando alguna vez con ronco estertor el redondo pecho y levantando un poco la cabeza para lanzar en torno suyo la mortecina y lacrimosa mirada.

Castigo es este del gran pecado que cometí ocultando a mi señora las travesuras de estas niñas, y las mil picardías que han aprendido sin que nadie se las enseñase; pero por la lanzada que te dieron, Señor, juro que seré leal y fiel con mi querida ama, y que no he de ocultarle ni tanto así de lo que pasa.

Yo lo creía así, Consejero de picardías respondió con retintín, mirándole a la cara fijamente, y poniendo sobre la mesa al mismo tiempo un rey de copas. Pues creía usted muy mal replicó el anciano, siempre con los ojos sobre las cartas. También creía usted que ese rey de copas iba a pasar triunfante, y... vea usted, ¡lo fallo!

Ya vives en tu Madrid, donde has hecho tantas picardías... ¡A saber si estarás engañándome con alguna, grandísimo ladrón! Después de estas explosiones de ira se apelotonaba contra él, humilde y tímida. Es porque tengo miedo de perderte, de que otra me quite a mi hombre. Quisiera asegurarte para siempre, tenerte atado de una patita como un jilguero.

A Luna le divertían las picardías del Tato, la confianza y el descuido con que iba por el templo, como si el haber nacido en él le privase de todo sometimiento de respeto. La entrada de un perro en las naves le producía alborozo. Tío decía a Luna , va usted a ver cómo me abro de capa. Y tirando de los extremos de la chaqueta, avanzaba hacia el can con contoneos y saltos de lidiador.

Sinforoso, por encargo suyo, escribió un cuento indio, donde se narraba la vida y milagros del padre de Maza, que había sido capitán negrero y en el tráfico de carne humana hiciera su fortuna. Desde entonces, los cuentos orientales como medio para decirse toda suerte de picardías, fueron usados por ambos partidos.

¡Asús! ¡Qué picardías habla!... Ciego había de estar para condenarse con la Rebola! ¡Y lo que es conmigo! ¡Asús!

¡Granuja! ¡Grandísimo perro! ¿Conque eres el que me quitas el agua del molino? ¡Te voy a desollar vivo! ¿Es tu padre quien te enseña esas picardías? ¿Es el maestro quien te las enseña? ¡Desvergonzado, cínico! Le tenía asido fuertemente por entrambas orejas, y a cada interrogación le daba una fuerte sacudida.

Basta, ; ya pasó, ya pasó. Hablaré ahora de lo que quieras. Es que yo no me fío de esa cabeza... Sin embargo, óigame usted, padrino. Estoy inclinada a renunciar a mis derechos para librarme de la persecución de los malos. ¡Qué infames picardías! ¿Debo o no debo hacerlo? Respecto a mis derechos, ¿los tengo yo? ¿Son un delirio o una verdad?