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Actualizado: 27 de julio de 2025
Entonces me acordé del recurso que el atalayero solía emplear para comunicarse con los pescadores a gran distancia: el hacer la ahumada. Me registré los bolsillos; tenia fósforos. Allí no había paja, pero sí zarzas.
Estando así, cualquiera procuraba Hacer casas, estancias y hacienda: Y aunque la dulce España deseaba, Y mas el que tenia alguna prenda, El imposible visto, trabajaba Cualquiera, por no haber plaza ni tienda: Por donde todos eran labradores, Monteros, hortelanos, pescadores.
Con otros pescadores vino Shumarkoff a llevarse los colmillos, de tres varas de largo. Y los perros hambrientos le comieron la carne, que estaba fresca todavía, y blanda como carne nueva: de noche, en la oscuridad, de cien perros a la vez se oía el roer de los dientes, el gruñido de gusto, el ruido de las lenguas.
Dorados hay enormes y crecidos, Mandís, rayas, pacues amarillos: Muchos pescados hay desconocidos, Por tanto determino no escribillos. Los indios naturales mantenidos Los mas son de pescado y venadillos, Los Guaranís son solo labradores, Los mas dados á caza y pescadores.
No hay otro remedio que tragarlo, tío Tremontorio le decían otros pescadores un tanto desengañados; pues cuando pidieron, por extrañas sugestiones, la abolición de las matrículas con el fin de verse libres de las levas, nadie les dijo, ni ellos lo cavilaron, que al desprenderse de una carga tan pesada, perdían, en consecuencia, el monopolio del mar y del puerto, que era la recompensa de ella.
En esto apareció Juan Machín, en compañía de unos ingleses; se entendió con la sobrina de Beracochea, formaron una sociedad y comenzaron a ganar dinero. De un vagabundo de mala fama, Machín se convirtió en hombre todopoderoso: daba trabajo, favorecía a los pescadores, era un personaje.
Nuestro barco seguía navegando. Ahora vamos a la finca dije yo. Desde la altura adonde habíamos subido se veían dos pueblecillos, uno que debía ser una aldea de pescadores, y el otro un pueblo de tierra adentro, rodeado de campos de labranza. Por la noche, y esquivando las miradas de la gente, llegamos a la finca en donde había estado Allen.
Cerca del pueblo, algunos pescadores de caña, se pasaban la tarde sentados en la orilla y las lavanderas, con las piernas desnudas metidas en el río, sacudían las ropas y cantaban. Tellagorri conocía de lejos a los pescadores. Allí están Tal y Tal, decía . Seguramente no han pescado nada.
Un día, al pasar cerca de Cabo Verde, echamos a pique una barca de pescadores; unas horas después, en la cubierta, encontramos a un portugués vestido sólo con un pantalón y una camisa. ¿Qué hacemos con este hombre? preguntó el contramaestre. Atadlo contestó el capitán. Se le ató, a pesar de sus protestas y sus gritos. ¿Y ahora? Ahora, echadlo al mar. Así se hizo.
El jefe de los pescadores y el contramaestre, agarrados del brazo, bailaban en torno de los barriles, declamando versos chinos. Ninguno de aquellos beodos se acordaba de los salvajes, ni mucho menos del Capitán y sus compañeros, a quienes daban ya por muertos y asados. Van-Stael, arrebatado de furor, se lanzó en medio de aquella patulea de borrachos, gritando: ¡Miserables! ¿Qué habéis hecho?
Palabra del Dia
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