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Actualizado: 27 de julio de 2025
A lo largo de la costa, en un lugar inaccesible, una peña, que sólo veían los pescadores, era semejante a un monje arrodillado y en oración. Tales prodigios los había hecho Dios, según estas almas sencillas, para perpetuar el famoso milagro.
El pequeño Febrer, con la curiosidad excitada por estas maravillas, quería saber más, y su acompañante llamaba a los viejos pescadores, que le enseñaban la roca en que había puesto los pies el santo mientras invocaba el auxilio de Dios antes de embarcarse. Una montaña de tierra adentro, vista desde el puerto, tenía la forma de un fraile encapuchado.
De tal manera que al cabo de algún tiempo varios dignísimos vecinos, de oficio pescadores, pidieron a gritos que se presentase D. Gaspar a la ventana para tributarle los honores merecidos. El gran poeta no tuvo más remedio que ceder a esta exigencia de la multitud, que le recibió con palmoteo atronador y fuertes vivas.
De estos pobres anfibios se hace un consumo enorme, y si continúa la destrucción, antes de muchos años desaparecería la especie. En América comienza ya a escasear. Dicen que los pescadores de tortugas no las matan siempre dijo Van-Horn.
Allá van, sin más arreos que el calzado y bordón del peregrino; ellos son, allá van, arde en deseos su pecho, hoguera del amor divino; ellos, los pescadores galileos, allá van, cada cual por su camino; hombres son de entre el pueblo despreciado y apóstoles de un Dios crucificado.
Antes de que nos diéramos cuenta estábamos a salvo; Machín y su criado bajaron las velas y nosotros remolcamos la goleta. Salimos al muelle. En aquel momento los chicos de la escuela volvían de rezar de la ermita por nosotros y nos contemplaban con admiración. Machín sabía que entre los pescadores era odiado, y no quiso presentarse como nuestro salvador. El y su criado se retiraron.
Las otras dos se hicieron astillas en la playa, donde las habían varado para recorrerlas un poco, con un marejón tremendo de Levante, cosa rara aquí, que se les fue encima una noche, de repente. Los dueños se quedaron sin ellas, y los pescadores que las tripulaban a la parte, tan satisfechos.
Por eso espero yo, y conmigo todos los hijos de Santander, que la obra maestra de Pereda, y el monumento que mejor vinculará su nombre a las generaciones futuras, ha de ser su proyectada novela de pescadores: Sotileza.
Habían pasado dos horas, durante las cuales aportaron los pescadores dos cargas más de moluscos, esta vez de la especie más codiciada, cuando el salvaje de antes volvió a presentarse. Venía solo, como la vez anterior, pero horriblemente transformado.
Queda, pues, explicado cómo aquel junco, con tripulación china mandada por europeos, había anclado en aquella profunda bahía de la costa de Carpentaria, donde tanto abundan los trépang. II. LOS PESCADORES DE TR
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