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Tres días después unos pescadores encontraron en las playas de Bocanegra el cuerpo del infortunado Fortunato. Su padre, el conde de Pozosdulces, y su jefe, el marqués de Salinas, recelando que el joven hubiera sido víctima de algún enemigo, hicieron aprehender a un individuo sobre el que recaían no sabemos qué sospechas de mala voluntad para con el difunto.

14 Mas después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea, predicando el Evangelio del Reino de Dios, 15 Y diciendo: El tiempo es cumplido; y el Reino de Dios está cerca: arrepentíos, y creed al Evangelio. 16 Y pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón, y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores.

Tres meses después, al llegar á Barcelona, encontró á su madre tal como la había visto durante su agonía en la costa portuguesa... Unos pescadores le recogieron cuando su vida iba á extinguirse. Al verle entrar, la buena dama abandonó su eterna labor de encajes, lívida, con las manos trémulas y las pupilas vidriosas.

Los pescadores gritaron «Bilbao será su nombre». Y el gabarrero miraba al pequeño y á las dos mujeres que le escuchaban atónitas, admirando su sabiduría del pasado. El tiempo trajo grandes modificaciones en la familia. Pepe, que había terminado su carrera en compañía de Matías Iriondo, hijo de un vecino, se embarcó en un vapor que hacía viajes á Inglaterra.

La razon se comprende: Venecia ha sido por espacio de catorce siglos una poderosa y pujante república: ella ha hecho las conquistas de San Juan de Acre, de Constantinopla, de parte de la Grecia: Venecia ha sido por mucho tiempo el pirata ilustrado de los mares; sus hombres de estado, sus marinos, sus pintores, sus generales, sus conquistadores, no tenian otra ciudad que engalanar mas que Venecia, y de aquí el que esta ciudad sea una sultana oriental, engalanada como una reina: sus conquistadores la han traido de Grecia caballos de bronce, estatuas, columnas de Constantinopla; ébanos, cedros, ágata, mármoles, columnas; de todas partes han traido atavíos á su ciudad querida, que sentada sobre las aguas, rodeada de lagunas, y pobre en su orígen, pues solo contaba una docena de pescadores, ha ido creciendo y brillando, con los talentos y conquistas de los esforzados hijos que ha engendrado.

¡Dios quiere darme tiempo para que me arrepienta de mis pecados! ¡No lo olvide, Señor Don Juan Manuel! ¡Les forcé para que se hiciesen a la mar, y con ellos estuve embarcado toda la noche!... La muerte estaba en acecho, y la sentí pasar por mi lado. Estaba en aquella barca de pescadores y en esta casa mía.... Por donde voy descubro las huellas de su paso. ¡He visto sus luces!

Metiéndome por el agua, llegué hasta el ángulo del muelle y dije a los pescadores lo que pasaba, lo que me había dicho el atalayero. Se soltó el bote de salvavidas. Larragoyen y otros marineros fueron entrando, a pesar de los gritos de sus mujeres. A me miraban, como diciendo: ¿Qué irá a hacer éste? Salté al bote, y Larragoyen, con una galantería marina, me dijo que dirigiera yo.

La liberalidad de la hermosa Sulpicia se mostró conmigo y con los míos extremada, y la cortesía de Cratilo le corrió parejas. Los doce pescadores que trujo consigo Sulpicia estaban ya ricos, y los que conmigo se perdieron, estaban ganados.

En diciendo esto, se concertó con los pescadores, y pagó por el barco cincuenta reales, que los dio Sancho de muy mala gana, diciendo: -A dos barcadas como éstas, daremos con todo el caudal al fondo.

Así llegaron, apremiados por la necesidad, á adquirir una habilidad como pescadores, que hoy nos maravillaría. No menos hábil que el sollo, se le escapaba raramente la presa que había divisado. Inmóvil sobre la orilla, parecido á un tronco de árbol, esperaba pacientemente que el pez pasara á la distancia de su brazo, y, cogiéndolo con rapidez, le aplastaba la cabeza con una piedra.