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Actualizado: 22 de junio de 2025


Durante su sueño el vecindario había tapiado todos los huecos y salidas, y el chueta tuvo que salvarse por el tejado, entre las risotadas de la gente, que celebraba su obra. Esta broma sólo era a guisa de advertencia; si persistía en ir contra las costumbres del pueblo, alguna noche despertaría entre llamas.

El patio se había ido despoblando poco a poco. El muchacho se había callado y una guitarra también. Sólo la otra persistía murmurando suavemente una canción melancólica. La cigarrera no tuvo inconveniente en ponerme al tanto de sus intimidades domésticas. Se había casado por amor, contra la voluntad de sus padres.

Mi padre partió sin ver á mi madre, y al mes recibió en Navarra una carta de mi abuelo, en que le decía que, habiéndose informado lo que bastaba para saber que mi padre era noble, honrado y valiente, y no oponiéndose á ello su hija, podía, si persistía en su pensamiento, volver á recibir las bendiciones. Mi padre no vió por segunda vez á mi madre, sino á los pies del altar.

El capitán rezongaba... ¡Cosas viejas! El alma de la Roqueta era aún la misma que en aquellos tiempos. Persistía el odio de religión y de raza. Por algo vivían aparte, en un pedazo de tierra aislado por el mar. Pero Valls recobraba pronto su buen humor, y como todos los que han rodado por el mundo, no podía resistirse a la invitación de relatar su pasado.

Ahora tenía obligaciones que absorbían todas sus fuerzas; colaboraba en la formación del porvenir; era un hombre. Estoy contento repitió. El padre lo creía. Pero en un rincón de su mirada franca se imaginó ver algo doloroso, un recuerdo tal vez del pasado que persistía entre las emociones del presente. Cruzó por su memoria la gentil figura de la señora Laurier.

Y no pudo dar explicaciones más claras sobre qué es lo que Dios manda, pues se presentó doña Zobeida, que, terminados sus quehaceres, iba por la cubierta en busca de «la buena señorita». Corrió la gente hacia el balconaje de proa, como si la atrajese una gran novedad. El buque se movía otra vez; iba avanzando lentamente. Persistía la bruma, pero era menos densa.

El Magistral comenzó a impacientarse; la Regenta no subía la cuesta, persistía en sus peligrosos anhelos panteísticos, que así los calificaba él, se empeñaba en que era piedad aquella ternura que sentía con motivo de espectáculos profanos, y declaraba francamente que las lecturas devotas le sugerían reflexiones probablemente heréticas, o por lo menos, poco a propósito para llegar a la profunda fe que el Magistral exigía como preparación absolutamente indispensable para dar un paso en firme.

Don Melchor no quiso convenir en ello: discutió, gritó, se enfureció. Se conocía, no obstante, que deseaba aturdirse. Las razones de Gonzalo le trabajaban en el alma y se la llenaban de amargura. Últimamente, ya se batía en retirada. Pedía tan sólo que se aplazase el lance; que se fuese a viajar una temporada, y si a la vuelta persistía en batirse, lo hiciese.

Aquella fe que en otro tiempo provocaba sus burlas le parecía ahora algo superior. ¡No poder conocer la resignación de las almas humildes!... Persistía en ella la incredulidad de sus tiempos dichosos. Los que gozan las dulzuras de la existencia no se acuerdan de la muerte ni piensan en lo que pueda haber después de ella.

Estas eran las que abría con más prisa y leía con mayor interés, animado el rostro por la emoción él que de ordinario se mostraba tan discreto, y la llegada de aquellas cartas estaba siempre seguida por cierto abatimiento que sólo duraba algunas horas o por una animación y una verbosidad extraordinaria que persistía por muchas semanas.

Palabra del Dia

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