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Actualizado: 14 de junio de 2025


Era una americana del Norte, de edad problemática, entre los treinta y dos y los cincuenta y nueve años, siempre con faldas cortas, que al sentarse se recogían indiscretas, como movidas por un resorte. Varios bailes con Desnoyers y una visita á la rue de la Pompe representaban para ella sagrados derechos adquiridos, y perseguía al maestro con la desesperación de una creyente abandonada.

Apenas acabó estas palabras, el toro embistió... El jinete, con una prontitud maravillosamente servida por la agilidad de su caballo, dio un bote y se encontró a diez pasos del toro, que le perseguía encarnizadamente.

Así serían ellos cuando saliesen al campo: el Barrabás marcharía al frente, por montes y caminos, como glorioso capitán. Y el libro, por medios habilísimos, pasaba de unos a otros, a pesar de que el director perseguía tales obras como si fuesen veneno puro.

Hace unos días creí que el corazón de Luciana se apartaba de , y caí en el marasmo de la desesperación. El horrible pensamiento de un rompimiento me perseguía, y vivía en las angustias de los más negros celos. Hoy todo está apaciguado. Luciana es dulce, cuidadosa de no disgustarme... y no estoy tranquilo.

Habíase dado con pasión a la política; y mientras arreglaba ciertos comprobantes, de muy mal arreglo, para que le nombraran senador, perseguía, con escasa fortuna, una credencial de diputado cunero. No salía del salón de Conferencias, ni de la tertulia del ministro de la Gobernación.

Y los he pasado ansí, si en mi cuenta no me yerro: tres años en la frontera, dos como gaucho matrero, y cinco allá entre los indios hacen los diez como yo cuento. Me dijo, a más, ese amigo que anduviera sin recelo, que todo estaba tranquilo, que no perseguía el gobierno, que ya naides se acordaba de la muerte del moreno, aunque si yo lo maté mucha culpa tuvo el negro.

Tal era el fin que perseguía con vehemente anhelo la señora de Montauron en los momentos en que principia esta verídica historia.

Á lo mejor se paraba ante un niño que lloraba en medio de la calle y lo consolaba y le limpiaba las lágrimas con su pañuelo, y le metía después una moneda de plata en la mano. Otras veces se le veía paseando á caballo, también solo, por las cercanías, dejando las riendas sueltas y contemplando el paisaje con mucho sosiego, ó bien marchando á todo escape como si huyese de alguno que le perseguía.

¿Ignoraba ella, cuando lo encontró por primera vez, los fines que perseguía? No ... no creo... Pero si acaso supo que lo habían desterrado de su patria y condenado a muerte, buena y sensible como era, debió temblar de compasión por él.

Jacobo, estoy á tu discreción; haz de lo que quieras... ¡Aborrezco á Sorege! Ayer, todavía, me violentó y prefiero morir á ser suya, sobre todo ahora, que te he vuelto á ver, ¡Jacobo! eres el mismo de siempre, generoso y bueno... no me has denunciado, aunque has adivinado mi crimen... ¡Compréndelo bien! Hasta cuando te perseguía con mi odio, te amaba, Jacobo...

Palabra del Dia

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