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Actualizado: 21 de abril de 2025
Podrá suceder que tal ó cual curva del terreno coloque la habitación que usted ocupe bajo una influencia demasiado fría; que, por ejemplo, un torrente desembocando en la costa, un valle oculto, pérfido, la traiga el viento del Norte, ó que, merced á un repliegue del terreno, el viento del Oeste se engolfe y la ahogue con su soplo. ¿Hay pantanos en las cercanías?
Si no la admiraba, la oía: tal poder tiene el amor que se vale de todos los sentidos para consolidar su dominio pérfido. Pero, ¡extraño caso! jamás en el largo espacio de un trienio alzó la vista hacia el nido de Alejo, no observar aquella cosa fea que desde tan alto la miraba y la escuchaba con el puro fervor del idealismo.
Nuestras más caras ilusiones, el amor conyugal, el amor filial son «imágenes de oro bullidoras», como dice Espronceda, que brillan mientras la luz del sol las hiere, pero así que ésta empieza a faltarles se vuelven fantasmas repugnantes, hijos legítimos del pérfido destino, como aquella hermosa doncella que el moro Ferragut, en el poema del obispo Valbuena, tenía entre sus brazos y al caerse la vela vio transformada a la luz de la luna en una flaca vieja con el rostro lleno de verrugas...
La pérdida es crecida, y ademas irreparable: el pérfido ha tomado sus medidas con tanta precaucion, que el desgraciado Eugenio no ha advertido la estratagema hasta que se ha visto enredado sin remedio.
Un criado gallego había hecho con ella el papel de Jason, dejándola el pérfido en abandono y trasponiendo no sé si a Montevideo o a Buenos Aires. No imitó Frasquita a Medea: no mató a sus hijos, sino los crió con esmero y cariño. Yo sospecho, sin embargo, que ella, también como la hija de Minos, Indomitos in corde gerens Ariadna furores,
Fué en una hora de graves indicios, cuando por sobre la calma ilusoria, tú, que ensayabas tus vuelos novicios, patria, escuchaste mi voz monitoria. Dieron los hechos razón a mi aviso diste en la clave del pérfido enigma, cándido el pueblo que fué manumiso en la quimera que dora su estigma.
LEONOR. Estoy resuelta; ya no hay felicidad, ni la quiero, en el mundo para mí; sólo morir apetezco. Acompáñame, Jimena. JIMENA. Estás temblando. LEONOR. Sí; tiemblo porque a ofender voy a Dios con pérfido juramento. JIMENA. ¿Qué decís? LEONOR. ¡Ay! Todavía delante de mí le tengo, y Dios, y el altar, y el mundo olvido cuando le veo.
La irritada esposa creyó más del caso decir: «Te aborreceré, ya te estoy aborreciendo». Santa Cruz, que estaba de buenas, repitió con buena sombra otra frase de las comedias: «Ahora lo comprendo todo. Pero la verdad, chica, es que no comprendo nada». Turbada en sus propósitos de pelea por el buen genio y los cariñosos modos que el pérfido traía aquella noche, Jacinta rompió a llorar como un niño.
Además, la idea de que Luis tenía noticia de aquellos martirios, y le dolían vivamente era aliciente mayor para prodigarlos. ¡Que sufriese ella, que sufriese él, el vil, el pérfido, que había gozado de su juventud, y cuando la halló vieja la arrojó como un trapo sucio a la barredura! En uno de estos días de profunda y rugiente cólera la vida de Josefina corrió inminente peligro.
En efecto, el pequeño cortaplumas, de que la costurera se había valido para asesinar a su pérfido amante, atravesó la chaqueta, el chaleco, la camisa y la camiseta. En cuanto a la carne aborrecida del seductor, había quedado enteramente incólume. No poco se alegró éste de volver al gremio de los seres vivos.
Palabra del Dia
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