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Actualizado: 11 de junio de 2025
Mucho parece que nos vamos alejando de Pereda, y, sin embargo, esta que parece digresión, era de todo punto necesaria para entender cómo Pereda, que tiene a gala el ser realista, ha rechazado con indignación en varios prólogos suyos toda complicidad con los naturalistas franceses.
Y no por eso teme nadie entre nosotros que en la Montaña, en Santillana o en Santander, en la patria del mismo Pereda, de Amós Escalante y de Menéndez y Pelayo, salgan hablando, el día menos pensado, un idioma distinto. La más seria amenaza de muerte que tiene el castellano es, según dice el Sr.
Aquí está la declaración de un paje de vuecencia llamado Gonzalo Pereda, por la que consta, que el cocinero mayor del rey le mandó servir de cenar en la misma casa de vuecencia á un su sobrino, á quien llamó Juan Montiño. ¿De modo que ese Juan Montiño y don Francisco de Quevedo y Villegas son amigos? dijo el duque. El alguacil se calló. Dadme esas diligencias dijo el duque.
Ni Pérez Galdós, ni Pereda, ni Picón, ni el mismo P. Coloma, que publicó hace poco un nuevo e interesante libro, ni menos aún la Sra. D.ª Emilia Pardo Bazán, necesitan que nadie llame la atención del público sobre sus escritos.
Por eso espero yo, y conmigo todos los hijos de Santander, que la obra maestra de Pereda, y el monumento que mejor vinculará su nombre a las generaciones futuras, ha de ser su proyectada novela de pescadores: Sotileza.
Me tacharán de crítico apocado; me dirán que ésta es la novela más transcendental y más universal de Pereda, la más comprensible para todos, la más traducible.... Todo esto es verdad; pero cada cual tiene sus manías: yo me vuelvo a La Robla y a La Leva y a Suum cuique. Y consiste todo en que los críticos madrileños y yo juzgaremos siempre a Pereda desde puntos de vista muy distintos.
Los que conozcan de cerca las faenas tipográficas y además hayan visto experimentalmente los horizontes que tiene en España el comercio de libros, se pondrán de mi parte cuando me oigan repetir lo que dijo primero el loco de Cervantes y después Pereda en esta forma: «no es para todos la tarea de hinchar perros en esta catadura».
Precisamente uno de los méritos más señalados que para mí tiene Pereda, consiste en haber huído de esa búsqueda malsana. Por eso, sin duda, le han llamado algunos naturalista de la naturaleza. Y tienen razón, si esto se entiende como en oposición a naturalista de escuela.
Ya he escrito en otras ocasiones que Pereda aborrece de muerte los idilios y las fingidas Arcadias, y tiene horror instintivo a los idealismos falsos, optimistas, bonachones y empalagosos; pero esto no quita que haya en sus cuadros idealidad y pureza, toda la que en sí tienen las costumbres rústicas.
Sólo así se explica la necia porfía con que, a despecho de los datos cronológicos más evidentes, y cual si se tratase de un principiante recién llegado, insiste el vulgo crítico en emparentarle con escuelas francesas y con autores que aún no habían hecho sus primeras armas cuando ya Pereda había dado la más alta muestra de las suyas.
Palabra del Dia
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