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Actualizado: 11 de mayo de 2025


No hay pasión, no hay afecto, no hay interés, no hay problema que no pueda traerse a la Montaña como a cualquiera otra región del mundo. Sólo que en Pereda parecerá todo mejor si se viste y arrea con traje montañés. A me ha encantado más que a nadie el éxito de Pedro Sánchez; pero con este encanto iba mezclado en cierta dosis el temor de una deserción.

¿Se comprende ahora por qué al principio he confesado mi incompetencia para juzgar a Pereda?

Esa lengua tan palpitante y tan densa, que tan diversos matices adquiere, ya el de brusquedad estúpida y semisalvaje en Muergo, ya el de dulcísima elegía amatoria en labios de Cleto, ya el de patriarcal ternura en boca del tío Mechelín y de su mujer, ya el de reconcentrada soberbia femenina en Silda, especie de diana selvática y feroz de un barrio de pesca, presenta tales variedades y se mueve con tal libertad en ondulaciones tan diversas, que nadie diría que por primera vez viene ahora el arte, y que ninguno ha precedido a Pereda en trabajarla y domeñarla.

Y esto parecerá algo pueril a los que no tienen patria ni hogar; pero como en este prólogo voy dejando hablar al corazón tanto o más que a la cabeza, no quiero ocultar el íntimo regocijo con que oigo sonar, cercado de alabanzas, el nombre de Pereda unido al nombre de su tierra, que es la mía.

Nuestros contemporáneos ciertamente no lo habían olvidado cuando vieron traspasar la frontera el estandarte naturalista, que no significaba más que la repatriación de una vieja idea; en los días mismos de esta repatriación tan trompeteada, la pintura fiel de la vida era practicada en España por Pereda y otros, y lo había sido antes por los escritores de costumbres.

Don Gonzalo es mero instrumento y juguete de la omnipotente voluntad y de las negras tramas de Patricio, que le maneja como blanda cera, y explota sus rencores contra don Román por el desaire de las bodas. Vid. El Tío Cayetano, periódico político que Pereda y algunos amigos suyos publicaron en Santander en 1868.

Nunca he acertado a leer los libros de Pereda con la impasibilidad crítica con que leo otros libros. Son algo tan de nuestra tierra y de nuestra vida, como la brisa de nuestras costas o el maíz de nuestras mieses. Pocas veces un modo de ser provincial ha llegado a traducirse con tanta energía en forma de arte.

Aun sin eso, ya no morirá, gracias a Pereda, el tipo hoy casi perdido del viejo marinero de la costa cantábrica, levantado por él a proporciones casi épicas, y digno de hombrearse con muchos héroes de Fenimore Cooper.

Si esto es realismo, bendito sea. Si realismo quiere decir guerra al convencionalismo, a la falsa retórica y al arte docente y sermoneador, y todo esto en nombre y provecho de la verdad humana, bien venido sea. Así pintaba Velázquez. El señor Pereda no es fotógrafo grande ni chico, porque la fotografía no es arte, y el señor Pereda es un grande artista.

Sobre todos ellos corre un viento de tempestad heroicamente resistida y sobrellevada con heroísmo silencioso y viril, tanto más admirable, cuanto menos consciente. Pereda sobresale en la descripción de estas naturalezas sencillas y rudas.

Palabra del Dia

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