United States or Israel ? Vote for the TOP Country of the Week !


Tal es la raza, tales las costumbres que ha retratado Pereda en su última novela, la mejor y más genial de las suyas. No parece sino que el asunto ha tenido virtud bastante para levantar el ingenio del autor a regiones que ni él mismo sospechaba hasta ahora.

Por primera vez he leído un libro de Pereda al mismo tiempo que el público, y sin estar iniciado previamente en el secreto del autor.

¿Cómo negar, por ejemplo, que son tendenciosas las novelas de Pereda, que lo son también las de Pérez Galdós, que es tendencioso el Juan José de Dicenta, y que Los domadores de Selles son tendenciosos? Lo que yo no quiero desentrañar aquí es la tendencia de cada una de estas obras, y mucho menos cuál tendencia es buena y cuál es mala.

He querido por esta vez sola no saber nada de lo que Pereda escribía en Polanco este verano, y tomar su novela como obra de un extraño.

Al contrario, he dicho que tal vez serán tan buenas y tan excelentes, que cuanto escribimos, la misma doña Emilia, Pereda, Galdós, Jacinto Octavio Picón, Armando Palacio Valdés y otros varios, sin que yo me excluya, serán obrillas insubstanciales, epidérmicas y absolutamente desprovistas de enseñanza y de trascendencia.

Todos sus desórdenes y malas andanzas son de escalera abajo. Lo singular del tipo está en su absoluta carencia de idealismo. Todo es vulgar en torno suyo: sus amigos, su criada, su manceba. Y así debía ser para que el libro surtiese el efecto que el señor Pereda se propuso.

En la puerta encontraron á Homobono Pereda, que era un muchacho de veintidós años con las piernas torcidas y cara de niño llorón. En Vegalora le llamaban el Feto.

El señor Pereda, por lo mismo que siente mucho y bien, es enemigo jurado de la sensiblería; pero cuando llega a situaciones patéticas, encuentra para el dolor o la alegría la expresión natural y no rebuscada, y conmueve más que otros novelistas serios y estirados, por lo mismo que no se esperan tales ternuras en un autor de continuo alegre y jacarandoso.

" Evans Grifft y Domínguez. " Leopoldo Alonso y Gramage. " Aniceto Sosa y Cabrera. " Cayetano Quintero y Bango. " Guillermo Santamaría y Vila. " Enrique Pereda y Sardiñas. " Rafael Carrera y Ferrer. 1er. Teniente. Erasmo Delgado y Alvarez. " Emilio Rouseau y Mendevid. " Emilio Cancio Bello y Arango. " Manuel Baster y Fonts. " Manuel Aguila y Díaz. " Manuel Ruibal y Miramonte.

Esta recóndita virtud es la primera que todo montañés, aun el más indocto, siente en los libros de Pereda, y por la cual, no sólo los lee y relee, sino que se encariña con la persona del autor, y le considera como de casa. No si éste es el triunfo que más puede contentar la vanidad literaria.