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Adversa, porque en las riñas mediaban apuestas, y como Apolonio perdía siempre, se le iba desnivelando el presupuesto mucho más de lo prudente. Apolonio no paraba atención en los descalabros económicos mientras su actividad pública, como gallero, le sirviera para ensanchar la nombradía; prefería la ruina y la inopia a la oscuridad.

Varios hombres de la partida, que se despertaron al ruido de los gritos, vieron al loco de un modo confuso cuando se perdía en las tinieblas. También oyeron un rumor de alas alrededor de la hoguera; después, sin darles más importancia que a las imágenes del sueño, se volvieron del otro lado y otra vez se durmieron. Cerca de una hora más tarde, la cuerna de Lagarmitte tocaba diana.

Se cuenta que cuando el cuerpo de Santiago fue conducido al Padrón, un caballero que deseaba acompañarlo llegó tarde al puerto. El barco había izado ya sus velas y se perdía en el horizonte, sobre un mar de oro y de plata. Entonces el caballero hizo el signo de la cruz y se lanzó audazmente entre las olas.

Isagani comprendió que perdía tiempo, pero quiso replicar. Indudablemente, contestó; hay muchos médicos y abogados, mas no diré que nos sobran pues tenemos pueblos que carecen de ellos, pero si abundan en cantidad quizás nos faltan en calidad. Y, puesto que no se puede impedir que la juventud estudie y aquí no se nos presentan otras carreras ¿por qué dejar que malogren su tiempo y sus esfuerzos?

Claro que quien perdía principalmente era ella; pero de reflejo también se menoscababa la dignidad del sacerdote. La joven estaba avergonzada. No se presentaba en público ni en casa de sus amigas, y hasta procuraba ir a la iglesia a las horas en que no hubiese gente. Pero estaba aún más afligida, con la actitud de su confesor, que avergonzada.

Los abuelos achicharrados en la hoguera y los nietos marcados y malditos por los siglos de los siglos... El capitán perdía su tono irónico al recordar la historia horripilante de los chuetas de Mallorca. Se coloreaban sus mejillas y brillaban sus ojos con fulgores de odio.

Muy afligida Emilia al ver la resolución de Isidora de llevarse a su hijo, no se atrevió a poner resistencia; pero Juan José, hablando con firmeza y tesón, dijo que no entregaría a Joaquinito, porque Isidora, con su mala conducta, perdía los derechos de madre, y que él estaba decidido a llevar la cuestión a los Tribunales, seguro de que el juez le autorizaría para retener al desgraciado niño en su poder.

Si bien mi tía no me pegaba, desquitábase en cambio diciéndome cosas chocantes. Había adivinado que me dolía ser tan pequeña y no perdía ocasión de herir ese punto vulnerable; me llamaba fenómeno y me repetía que era fea. Poco tiempo antes, hallábame yo misma muy linda y tenía mucho más confianza en mi opinión, que en la de mi tía.

Esto le ponía fuera de , y á veces estaba á punto de romper con el P. Jacinto y de mirarle como á amigo desleal ó como á fanático sin entrañas. Con todo, en medio de sus tribulaciones el Comendador se reportaba y no perdía la calma. Había tomado sus medidas. Su conducta estaba prescrita y determinada con firmeza, y aguardaba sereno el resultado. Este no tardó mucho en venir.

Pero las vueltas de su imaginación se agitaban en un laberinto obscuro, en el que se perdía más y más cuanto más pugnaba por encontrar la salida. Y como la imaginación es tan libre que se agita más cuanto más pretendemos sujetarla, la cabeza de Quevedo llegó á convertirse en una devanadera.