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Actualizado: 14 de julio de 2025


Las ahumadas puertas del balcón de la buhardilla se abrieron al cabo, después del mediodía, y lo primero que en el interior descubrieron mis ojos, fué un hombre vuelto de espaldas hacia , con camiseta blanca de ancho cuello azul tendido sobre los hombros, y gorra de lana, también azul, ocupado en colocar en un gran pañuelo de percal, desplegado sobre el arcón que conocemos, algunas piezas de ropa.

Costábale trabajo resolverse, y permanecía refugiada en el rojo dosel de la cortina, cruzando las manos sobre el peinador de percal blanco, que rayaban con doble y largo trazo, como de tinta, sus sueltas trenzas.

Entró en la casa, y María de la Luz, al asomarse tras la cortina de percal de su cuarto, lanzó un alarido. Olvidando todo pudor, la muchacha salió en camisa a ayudar a su padre, que apenas podía sostener al mocetón, pálido con palidez de muerte, con las ropas salpicadas de sangre negruzca y de otra fresca y roja que caía y caía por debajo de su chaquetón, goteando en el suelo.

Rafael contemplaba con asombro a su amiga. ¡Qué guapa estaba!... ¡Cualquiera podía adivinar en ella a la artista de inmenso renombre! Parecía una hortelana, vestida de fresco percal, como anunciando la primavera; al cuello un pañolito rojo y la rubia cabellera al descubierto, peinada con artístico descuido, anudada rápidamente sobre la nuca. Ni una joya, ni una flor.

El joven extendió sobre el cuerpo de ella un traje de percal y la poca ropa blanca que colgaba de unos clavos. Estas telas sutiles eran de un abrigo ilusorio. La enferma seguía estremeciéndose, y el pobre Isidro, que temblaba de frío, se quitó el macferlán para añadirlo a la cubierta. Era una noche terrible. Maltrana paseábase por el cuarto como si estuviese en medio de la calle.

Por la mañana, con un pañolito rojo de seda al cuello, los negros cabellos anudados al desgaire y un traje de percal color lila, barriendo y arreglando el cuarto, estaba verdaderamente deliciosa. Un poco más tarde, haciendo el café, cortando el pan y distribuyendo el azúcar y la manteca, le parecía la bella diosa Pomona cargada de frutos ultramarinos.

Nadie podía llamar hermosa a esta muchacha con justicia, y sin embargo, la expresión humilde e inocente de sus ojos, la sonrisa constante que contraía sus labios, la hacían altamente simpática. Llevaba un vestido de percal claro con un pañuelo de color de rosa, que le tapaba el pecho y parte de la espalda. Al oír la exclamación de Miguel, contestó con otra: ¡Mucho, ! Ya lo creo.

En uno de los ángulos del Campo bailaban los aldeanos al son de la gaita y el tambor; en otro hacían lo propio las artesanas al compás de la banda municipal. La gente discurría por el espacio libre cada vez con menos desahogo, pues la calle del Cuadrante no cesaba de vomitar blusas azules y pañuelos de percal sobre el citado Campo.

Echó las manos cruzadas a la espalda, y se puso a medir la pobre estancia a grandes pasos, haciendo crujir la madera vieja del piso, de castaño comido por los gusanos. En la alcoba contigua, sin puerta, separada de la sala por una cortina sucia de percal encarnado, se oían los quejidos frecuentes y la respiración fatigosa del enfermo.

El tío Nardo á la derecha, con su vestido nuevo de paño pardo, y su mujer al otro lado, con muselina blanca á la cabeza, la saya morada de los domingos colgada al hombro, y terciado en el brazo opuesto un gran paraguas envuelto en funda de percal rayado.

Palabra del Dia

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