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Actualizado: 22 de julio de 2025
No me sedujeron tales proposiciones, y le dije con cierta rudeza que más quería ser soldado que peluquero. Esto le agradó; y como le daba el peine por las cosas patrióticas y militares, redobló su afecto hacia mí.
Una sola nota discordante resaltaba en su traje, un detalle cursi, cursísimo, que sólo pudiera concebirse en algún peluquero afamado o en algún cantante italiano de segundo orden: la cintita amarilla y blanca que asomaba por el ojal de su americana de viaje.
Examino á mis dos servios mientras hablan. Son mocetones carnosos, esbeltos, duros, con la nariz extremadamente aguileña, un verdadero pico de ave de combate. Llevan erguidos bigotes. Por debajo de la gorra, que tiene la forma de una casita con doble tejado de vertiente interior, se escapa una media melena de peluquero heroico.
Un pormenor que comenzó a correr por los salones y que al día siguiente noticiaron los revisteros, era que había venido un peluquero de París en el sud-exprés exprofeso a peinarla. La abigarrada muchedumbre comenzó a invadir los salones. Todas las épocas de la historia, todos los pueblos de la tierra mandaron su representación al baile de Requena.
Yo te aseguro que el peinado te sienta a las mil maravillas, que el traje es elegantísimo y que tú eres tan hermosa como un ángel. Pues entonces la culpa no es de la modista ni del peluquero, sino exclusivamente mía. ¡Dios de bondad! ¿Cómo haces, Amaury, para tener un gusto tan detestable como el de quererme a mí?
Pues bien, ese peluquero... pero no... mi buena Eva... decididamente... es demasiado... no puede pasar... La dejaremos para una de esas noches en que se nos va un poco la mano en el champagne. Pasaron cerca de un rosal. Mariana cortó una rosa y se la puso en el pecho. ¿Y ese pintor que llegó ayer, qué le parece, Eva? Tiene buenos ojos y algo de genial en la fisonomía respondió la interpelada.
No usaba peluca, y sus abundantes cabellos rubios, no martirizados por las tenazas del peluquero para tomar la forma de ala de pichón, se recogían con cierto abandono en una gran coleta, y estaban inundados de polvos con menos arte del que la presunción propia de la época exigía.
Mas antes de que pudiera adquirir forma, el peluquero le había cogido por la nariz y comenzaba a rasparle.
Como ocurre siempre que se vive en roce continuo con una persona que empieza á no ser grata, Atilio descubrió casi á diario numerosos motivos de molestia, que exponía á Toledo. Su amigo el profesor pretendía burlarse de él, y no estaba dispuesto á tolerarlo. Un día había tenido que aguardar media hora en casa de su peluquero.
Esta trajo las pelucas blancas, los peinados complicados é hiperbólicos; y con el artificio de estos peinados se creó el peluquero de las damas, hombre gracioso que entraba en todos los tocadores, y era tercero en toda intriguilla de amor. Ningún siglo ha visto, como el décimoctavo, la astucia sirviendo al amor.
Palabra del Dia
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