United States or Saint Vincent and the Grenadines ? Vote for the TOP Country of the Week !


Entró Mauricio y me dijo: Ahí está una muchacha que pregunta por usted. Vino a las diez y ha vuelto otras tres veces a ver si se había usted levantado. ¡Una muchacha! exclamé con extrañeza. , , señor, y no es maleja: dice que se llama Amparo. ¡Ah! Que entre, que entre. Poco después entró Amparo. La acompañaba su perro. Venía peinada y limpia, pero muy pobre y muy ligeramente vestida.

Llamó con mano temblorosa, y casi al mismo tiempo abrió la puerta, no una criada, ni la esperada niñera, sino la propia Cristeta, cuya esbelta figura destacó sobre la pared blanca de un pasillo. Estaba vestida y peinada con adorable sencillez; el traje, de lana oscura sin adornos; el pelo, modestamente recogido hacia las sienes.

Pero entre todos los asnos antiguos y modernos ninguno estuvo más satisfecho de su naturaleza asnal que el ilustre Pareja. Cirilo quedó sorprendido cuando oyó tocar suavemente en la puerta de su despacho. Conocía perfectamente la mano que daba aquellos golpecitos. ¡Pero ya! exclamó . ¡Adelante, adelante! Visita se presentó peinada y vestida como para salir.

Hízole otras mil preguntas para aplacar su ardentísima curiosidad; cómo estaba vestida y peinada; qué tal se expresaba; cómo tenía arreglada la casa, y Nicolás respondía echándoselas de observador.

No tardé en ver entre aquellos admiradores a Olóriz, atusándose, por variar, la barba y dirigiendo miradas lánguidas a Raquel. Se conoce que luchó un poco con el temor, pero que, al fin, se decidió a saludarla. Llegose, pues, y se quitó el sombrero, dejando al descubierto su magnífica cabellera rubia, peinada cual si viniese directamente de la peluquería.

¡Y qué humildemente vestida y peinada está! añadió la Esfinge al soltar de su mano la tarjeta. ¡Y qué dulzura de semblante y qué mirar de Niño-Dios! dijo don Santiago desde el hueco donde estaba embutido ya. Ángel sintió en su pecho cuatro porrazos seguidos y tremendos, uno por cada exclamación, que le retumbaron en la cabeza. Pero aquellos golpes no le dolían ni le incomodaban.

En los momentos en que el Reverendo Sr. Dimmesdale razonaba de este modo consigo mismo, y se golpeaba la frente con la mano, se dice que la anciana Sra. Hibbins, la dama reputada por hechicera, pasaba por allí, vestida con rico traje de terciopelo, fantásticamente peinada, y con un hermoso cuello de lechuguilla, todo lo cual le daba una apariencia de persona de muchas campanillas.

Iba aquel día bizarramente ataviada: brial de raso azul, justillo recamado de seda y oro y bien peinada la negra y undosa mata de pelo, sujeta en rodete en lo alto de la gentil cabeza por rascamoño de oro, lleno de piedras preciosas.