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Actualizado: 16 de julio de 2025
Pero a éste le fui a tropezar camino de Peñascosa, y le hablé muy al caso, representándole el pecado en que incurría rematando bienes de la Iglesia, le prometí darle en arriendo el prado, y le puse cuarenta duros en la mano. ¿Qué había de hacer el hombre? Fue a Lancia, lo remató y me lo traspasó a mí acto continuo... ¡Vaya una risa que se armó en el pueblo, amigo!
Su esposa se alegró de aquel retiro forzoso, aunque deplorase que viniera al seno de la familia con un hombro de algodón. Consideraba como virtud excelsa, privativa del militar, la energía lo mismo en el campo de batalla que tomando café en el casino. Sus disputas, sus baladronadas en este centro de recreo eran proverbiales en Peñascosa y las bofetadas que solía repartir al final de ellas también.
Sus presentimientos se habían realizado. ¿Cómo volver a Peñascosa con la muchacha? ¿Cómo dejarla allí abandonada? Todas las soluciones que acudían a su mente le parecían igualmente comprometidas. Pensó en telegrafiar al padre, pero no era posible explicar en un telegrama lo ocurrido, ni aun de palabra podía hacerlo dignamente.
Peñascosa está situada en el fondo de una pequeña ensenada del Cantábrico. Su caserío se extiende todo él por la orilla del mar, sin penetrar más de cien varas en lo interior. Sólo allá en el vértice de la angostura hay una plaza medianamente espaciosa, de la cual arranca la carretera que conduce a Nieva.
Con esto, don Narciso era el comensal obligado en todas las fiestas y gaudeamus de la sociedad elegante de Peñascosa: comía vorazmente, y de ello hacía alarde, bebía al mismo tenor, y cuando llegaban los postres, nunca dejaba de brindar con alguna coplita que resultaba casi siempre sucia.
Tenían al animal extendido entre los dos, la mayor parte de él en carne viva ya. Volvió la cabeza D. Restituto al sentir pasos, y hallándose con su joven compañero, se puso en pie y vino hacia él con las manos ensangrentadas empuñando un enorme cuchillo. ¿Qué milagro es éste, amigo? ¡El futuro cura de Peñascosa se digna hacernos una visita!... Mira, no te doy la mano, porque ya ves cómo la tengo.
Por supuesto que, si tenía el atrevimiento de venir a hablarle, le daría un desaire de los gordos, le volvería la espalda. Y confesaría otra vez con D. Narciso. Y diría a sus amigas en qué situación le había visto con una señora desconocida y elegante. Porque no cabía duda de que vestía con elegancia, bien lo había reparado. Aquel abrigo largo no estaba hecho en Peñascosa. ¿Quién sería?
Por influencia del clima, críanse en Peñascosa los mejores cerdos del orbe, con lo cual está dicho que en ningún país del extranjero saben lo que es comer jamón mas que en éste afortunado pueblo. Dicho se está igualmente que, si los cerdos de Peñascosa son los mejores del mundo, las castañas con que se crían estos cerdos son las más gordas, las más suaves y nutritivas.
Era administrador de Montesinos, el propietario más rico de Peñascosa, y habitaba una de las alas del inmenso palacio o caserón que éste poseía. Estaba viudo de tres mujeres, con una hija que ya conocemos de nombre. Era excesivamente pequeño, con una gran corcova a la espalda, color macilento, mejillas pendientes y flácidas, ojos sin brillo y asustados siempre.
Vivía en un retiro casi absoluto, paseando alguna que otra rara vez por las orillas del mar, enteramente solo. El resto de los días lo pasaba encerrado en casa, según se decía, leyendo o escribiendo artículos impíos. El clero de Peñascosa hablaba de él con cierto desprecio rencoroso, del cual había llegado a participar el P. Gil, sin conocerle.
Palabra del Dia
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