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Actualizado: 16 de julio de 2025


Hacía poco más de veinte años había en Peñascosa un pescador de altura llamado Mariano Lastra, a quien todos sus compañeros apreciaban por sus sentimientos honrados y carácter apacible. Este pescador pereció con otros ocho tripulantes de la lancha en que iba, a consecuencia de una galerna de poca importancia. Sólo aquella embarcación había zozobrado.

En Peñascosa el número era limitado; por eso de vez en cuando hacía excursiones a la capital para recoger del cieno de la prostitución alguna desdichada que traía y guardaba, durante quince días o un mes, en alguna cámara oscura del cuarto bajo de su casa. Teníala allí como una fiera enjaulada, encargándose él mismo de llevarla el alimento y proveer a todas sus necesidades corporales.

No se asuste usted; no es el de la Creación: un enigma más modesto, el de la venida de mi mujer a Peñascosa hace unos meses... Entérese usted de esa carta. El joven presbítero tomó de las manos del mayorazgo la que le presentaba y se puso a leer: *

Se puso al corriente con avidez de las últimas ideas en filosofía, en historia, en ciencias naturales; alternó, discutió con los hombres más eminentes de España. Y tuvo la satisfacción de observar que allá en sus soledades de Peñascosa, meditando sobre los libros antiguos, había llegado a los mismos resultados que los filósofos modernos.

Poco a poco comenzaron las mutuas confidencias. El nuevo clérigo, no teniendo en Peñascosa un director espiritual acomodado a su educación mística, abrió insensiblemente su pecho y comunicó a la joven sus alegrías, sus triunfos y sus desmayos en la vía de salud que se había trazado.

Eso lo hará usted porque es un grosero y ha adquirido malas mañas allá por Málaga. Aquí el padre Norberto de seguro no lo hubiera hecho. ¡No, no! Yo soy incapaz... dijo el cura, sofocado por la risa, tosiendo hasta reventar. No he salido de Peñascosa... Yo lo que hago es achicarme y correr ese punto de oros de mi compañero. Y puso sobre la mesa un cuatro.

El orgullo de haber nacido en aquel pueblo privilegiado les embriagó como nunca. Por un instante creyeron estar en la capital de un gran imperio, que los ojos de todo el mundo civilizado estaban fijos en Peñascosa.

El mar de Peñascosa tampoco es igual al de otros puertos: sobre todo con el de Sarrió no guarda parecido alguno. Hay personas que, sin saber por qué, se van debilitando paulatinamente en este pueblo, pierden el apetito y el humor: pues bien, hasta que van a tomar los baños de mar en Peñascosa no se ponen buenas.

Creo que cualquiera mujer haría lo mismo en mi caso. ¿Qué ganaba con revelar estas cosas tan sucias? Sólo cuando vi mi honra por los suelos, sólo cuando llegó a mis oídos lo que se decía en Peñascosa, me aventuré a confesarlo a mi padre. Por mandato de éste me encuentro aquí, que de otro modo tampoco hubiera venido.

Ya andaba errante entre un caos de piedras derrumbadas de una cuesta peñascosa, ya recorría al azar un bosque de abetos; otras veces subía á las crestas superiores para sentarme en una cima que dominaba el espacio; y también me hundía con frecuencia en un profundo y obscuro barranco, donde me podía creer sumergido en los abismos de la tierra.

Palabra del Dia

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