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Actualizado: 16 de julio de 2025


En aquel sombrío palacio habitaba un hombre misterioso de quien se contaban vagamente mil extrañas historias, a quien se atribuían además ideas y frases escandalosas contra la religión y sus ministros. El joven clérigo apenas le conocía. D. Álvaro Montesinos había pasado casi toda su vida en Madrid. Hacía dos o tres años solamente que había venido a establecerse a Peñascosa.

Asistíanle como diácono y subdiácono el párroco de Peñascosa y D. Narciso, un capellán suelto procedente de Sarrió, establecido hacía algunos años en la villa. En la iglesia sonaba murmullo sordo originado por el cuchicheo de las comadres, que se disputaban el sitio o se comunicaban sus impresiones, por las exclamaciones y suspiros de malestar de los hombres.

En vez de ella, sólo halló glacial indiferencia: esto, unido a la catástrofe de su matrimonio, le había obligado a retirarse de nuevo a Peñascosa «rabo entre piernascomo decían pintorescamente los graves biógrafos.

Por último, D. Gaspar de Silva avanzó por el escenario con un papel en la mano. «¡Silencio! ¡Chis, chis!... ¡Que se callen! ¡Silencio! ¡Fuera! ¡Chis, chisEn medio de un silencio religioso, el famoso vate de Peñascosa comenzó a leer con voz dramática una Oda a la Religión. Los temas sagrados no eran su especialidad.

Trabajar sin descanso hasta conseguir la vuelta del hijo pródigo, hasta destruir este foco de impiedad que podía contagiar los corazones sanos de Peñascosa, hasta remover aquella piedra de escándalo. Quedó decidido en su pensamiento que volvería de nuevo a la carga. Pero esta vez iría mejor apercibido; conocería perfectamente todos los argumentos de los herejes y llevaría preparada la réplica.

Tratábase de festejar la colocación de la primera piedra del nuevo templo con una gran función religiosa y profana. La erección de este templo había sido desde largos años el sueño dorado de los piadosos vecinos de Peñascosa. Siempre había tropezado con obstáculos insuperables.

Aludían en ellas a la nueva iglesia, piropeaban al obispo, al gobernador, a los próceres de Peñascosa, sin que faltase tampoco, por supuesto, la consabida puntadita a Sarrió. La imaginación de la hija de Osuna trabajaba sin descanso, aumentando la calentura que la consumía.

Efectivamente, apénas se ha pasado la estrecha garganta de Cololo, rodeada de nieves eternas, cuando en medio de montañas escarpadas, sobre una pendiente rápida y peñascosa y á la derecha de un torrente, se tropieza con el canton de Pelechuco.

El mar se rizaba blandamente sonriendo a la privilegiada villa, y el sol asomaba majestuosamente su disco por detrás de las olas, dispuesto a dar gusto siquiera una vez en su vida a los honrados peñascos. Porque desde tiempo inmemorial se sabía que apenas se preparaba una fiesta en Peñascosa, el sol tomaba las de Villadiego y dejaba que las nubes diesen buena cuenta de ella.

Hay en Peñascosa un casino suscrito a cinco periódicos de Madrid y a uno de Lancia. Existe además una sociedad de recreo, de la cual es alma y vida D. Gaspar de Silva, un poeta de la localidad que tiene escritas más obras dramáticas que Shakspeare. Púsole por nombre el Ágora, en consonancia con sus aficiones clásicas. Es el templo del arte.

Palabra del Dia

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