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Me incomodan, me aburren, me impacientan... ¡Mirad, ahí va el resto! Envié cinco de una vez, cerré la ventana de pronto y dejé al señor de Pavol refunfuñando contra las sobrinas y sus caprichos. A la noche me sermoneó, pero le escuché con la mayor impasibilidad, pues en medio de mis graves preocupaciones, aquella mísera reprimenda era un globo de jabón que estallaba sobre mi cabeza.

¡Te casarás pronto! ¿Cómo es eso? tienes aún la leche en los labios y hablas de casarte. Las jóvenes del día tienen furia por casarse. ¿Que mi prima no es de mis mismas ideas? respondió mi tío, algo ceñudo. Tanto mejor dije restregándome las manos. Y mi prima ¿es alta? Alta y linda respondió complacido el señor de Pavol, una diosa en carne y hueso y la alegría de mis ojos.

Es muy posible replicó el señor de Pavol, sorprendido de mi aplomo. Pues bien, elige tema. Decidme, tío, ¿no sois algo impío? ¡Eh! ¿qué diablo dices, sobrina? Os pregunto, tío, si no sois algo hereje y tarambana. ¿Te burlas de mi? exclamó mi tío. No os enojéis, mi tío; comienzo un estudio de costumbres más interesante que el de los cafres.

Tengo ganas de que seáis cura del Pavol. No se puede quitar a otro su puesto, Reina. El que está actualmente, es muy viejo, señor cura; espío con tierna atención los síntomas de su decrepitud. ¿No os gustaría reemplazarle? , evidentemente. No obstante, sentiría abandonar mi parroquia; treinta años hace que estoy en ella, y he concluido por amarla. ¿Habéis concluido por amarla?

Y luego me parece que tienes buena cabeza. Tengo lógica, tío, de ahí todo. Decid y ¿no se ama a más hombre que al marido? A ningún otro respondió sonriendo el señor de Pavol. Pues bien, si no se ama más que a su marido; como si se ama al marido, naturalmente es, porque se siente amor y ya que no se puede vivir sin amar, concluyo, que es necesario casarse.

Un presentimiento y una duda atravesaron mi espíritu; pero a los diez y seis años, esa clase de impresiones vuelan y desaparecen, como las mariposas que revolotean en torno de nosotros, así es que estuve lo más alegre hasta el instante en que nuestros invitados se despidieron del señor de Pavol. Así que se fueron, retirose mi tío a su gabinete y me hizo comparecer ante él.

La visita del señor de Couprat ha abierto a su espíritu horizontes nuevos, que ya habían clareado con la lectura de algunas novelas. Le hace falta distracción. ¡Distracción! ¿Y dónde queréis que halle yo eso? No me puedo mover: estoy enferma. Por eso, señora, no cuento con usted para distraerla. Es necesario escribir al señor de Pavol y rogarle quiera tener a Reina en su casa durante algún tiempo.

Le amaba sin la menor idea de celos o inquietud, y merecía tan perfecta confianza. Mira, ahí vienen mi padre y el señor de Pavol. ¿Qué tal, sobrina? ¿Qué dices de mis predicciones? Sois muy poco discreto tío le dije, ruborizándome. Fue el comandante quien reveló el secreto; hacía mucho tiempo que lo conocía. ¡Oh! mucho no; desde hace ocho meses. No, desde la primera vez que te vi, querida hijita.

Dos días más tarde llegaron al Pavol la señora de Le Maltour y su hijo, con la sonrisa en los labios y la esperanza en la mirada. La excelente señora me dijo cien amabilidades a las que contesté con la cara ceñuda de un portero de jesuitas. El barón era un buen muchacho... ¡aguardad, no quiero decir con esto que fuera un tonto; al contrario!

Púseme después a contemplar melancólicamente el jardín, por la ventana abierta, e iba ya recobrando mi sangre fría, cuando me pareció reconocer la voz de mi tía que conversaba con Susana. Me incliné un poco para escuchar la conversación. Usted hace mal decía Susana, la pequeña ya no es una niña. Si usted la maltrata, se quejará al señor de Pavol, que se la llevará. No faltaba más.