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No era yo, como es natural, suficientemente avezada para hacer tan pronto un estudio profundo del señor de Pavol, pero le observaba con el mayor interés.

Al señor de Pavol le agradaba conversar y aun discutir. Y aunque hablaba poco, escuchaba con interés. Bajo una corteza rústica escondía conocimientos generales, elevado buen gusto y gran criterio unido a una altura de vistas especial. No era ni un santo, ni un devoto.

Sin embargo, supongo que no tienes inclinación por nadie. , por cierto dijo Blanca riendo, ¿a quién conoce? Desde que estaba en el Pavol, mucho había pensado en mi amor y en Pablo de Couprat, y más de una vez habíame preguntado si debía o no revelar tal secreto a mi prima. Pero después de madurar bien la cosa, llegué a resolver con el árabe, que el silencio es oro.

Este testarudo enamorado, no habiendo podido soportar su destierro, había reaparecido en el Pavol a las cuarenta y ocho horas. Mi tío leía el diario, y yo me había refugiado en el hueco de una ventana.

«Frecuentaremos la sociedad así que pasen las primeras semanas de luto. Mi tío dice que soy muy joven todavía; pero tampoco puedo quedar sola en el Pavol. Si quisieran obligarme a ello, bien sabéis, señor cura, que no me quedarían más que dos caminos que tomar: tirarme por la ventana o prender fuego al castillo.

Desgraciadamente todos estos hermosos raciocinios no me consolaban. De noche sollozaba en mi cama y a veces, hasta entre sueños, y a pesar de la firme resolución de ocultar mis impresiones, al cabo de quince días todos los habitantes del Pavol, se asombraban de mis maneras caprichosas.

Ocultábame casi tras unos tapices que separaban el salón de una salita, y desde allí sorprendí la conversación de dos respetables matronas, cuyas simpatías me había conquistado. Reina está muy guapa esta noche, y como siempre, es la reina del baile. Sin embargo, Blanca de Pavol es más linda. , pero es menos atrayente.

Mi cura, mi querido cura, os lo suplico, aplicad mañana vuestra misa para que el señor de Couprat no sea el Pico de la Aguja Verde. «Hasta la vista, señor cura; espero que pronto seréis cura de Pavol».

Hizo el cura un gesto desesperado y de Couprat lo contestó con una expresiva guiñada, como diciéndole: No os asustéis; ya comprendo. Esta pantomima me atacó los nervios e hice un violento esfuerzo para interpretar su oculta significación. A propósito de tío dije luego ¿conocéis mucho al señor de Pavol? , bastante; mi propiedad dista sólo una legua de la suya. ¿Y qué tal es su hija?

Pocos días antes del proyectado viaje, el señor de Pavol recibió carta de un amigo que le pedía permiso para conducir al castillo a uno de sus parientes, un cierto señor de Kerveloch, antiguo agregado de embajada.