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En España se pela la pava de un modo mas entretenido y halagüeño, puesto que la operación consiste en hacer la corte por la reja ó ventana a la querida ó amada. Creo que debe de haber una grande abundancia de pavas en Sevilla, porque allí pelan muchísimas. No importa que los amantes ó amigos de los dos sexos tengan entera libertad para verse y hablarse á todas horas, dentro ó fuera de la casa.

Noche feliz fue aquella para . Sólo otra podía comparársele: la primera en que pelé la pava con Gloria. Después de estar un rato en casa de Juanito, tomando un tentempié, nos fuimos a casa. El Naranjero nos acompañó, y al dejarme a la puerta se me ofreció por amigo, con un calor y efusión que me conmovieron; verdad es que estaba yo muy predispuesto en aquel instante a las emociones tiernas.

Yo había oído muchas veces esta frase en Colombia, con un sentido muy diferente. Allí se llama pelar la pava estar ocioso, perdiendo el tiempo cuando se está obligado á una labor ó faena, como el peón que suspende el trabajo para echarse a dormir ó ponerse á charlar sin oficio.

Al siguiente oirá terribles reconvenciones, hallará un ceño irritado, ó muy indiferente y frio, cuando no sollozos, lágrimas y quejas reprochándole ingratitud y mal proceder.... Creo francamente que las leyes de la pava restringen mucho la autonomía individual del andaluz, pero les encuentro su lado poético y atractivo.

Esta pareja del andaluz a caballo y la maja en la reja pelando la pava, para la sentimental y romancesca mistress Mitchell, que pone los ojos en blanco al hablar de España, el país del amor, del naranjo y de las aventuras increíbles... ¡Ah!, este D. Quijote reventando a cuchilladas los cueros de vino, para el amigo Davidson, que llama a D. Quijote don Cuiste, y se las tira de hispanófilo... Bien, bien.

Pero no hay que confundir esta pava, pelada á gritos, con la que hemos dejado pelando á las altas horas de la noche, libres, juntos y solos, al Romeo y á la Julieta de la reja baja.

Si no podía andar entre las muchachas asegurándoles que Fulanito se alampaba por ellas, o que Zutanito se moría por sus pedazos, se arrimaba a los jóvenes, calentándoles los cascos, encendiéndoles la sangre, hablándoles del pie de tal chica: hombre, un pie que me cabe en la palma de la mano o del color de cuál otra hombre, si parece que se da agua de Barcelona, y no, me consta que aquello es natural . Borrén sabía de las criadas que llevan y traen cartitas, de los paseos retirados donde es fácil tropezarse cuando hay buena voluntad, de los peladeros de pava, de las butacas que en el teatro ofrecen más comodidad para hacer el oso; era el primero a olfatear los trapicheos, las bodas, los escandalillos y los truenos incipientes.

Andaba ahora, en pleno verano, corriendo por España, de una plaza a otra, dando estocadas y recibiendo aplausos; pero casi todos los días enviaba una carta a cierta muchacha del barrio, y en los cortos ratos de vagar entre una corrida y otra, abandonaba a sus compañeros y tomaba el tren para pasar una noche en Sevilla «pelando la pava» con ella.

Fuera de algún incidente con sus colegas labradores, que invadían su jurisdicción; del hastío de los días de lluvia que lo relegaban en cuclillas frente a la pava, la tarea proseguía hasta el sábado de tarde. Lavaba entonces su ropa, y el domingo iba al almacén a proveerse.

Durante todo este tiempo, los novios se escriben cuando están ausentes; y cuando están en el mismo pueblo, se ven en misa por la mañana, se vuelven a ver dos o tres veces más durante el día, suelen pelar la pava durante la siesta, vuelven a verse por la tarde en el paseo, van a la misma tertulia desde las ocho a las once de la noche, y ya, después de cenar, reinciden en verse y en hablarse por la reja, y hay noches en que se quedan pelando la pava otra vez, y mascando hierro, hasta que despunta en Oriente la aurora de los dedos de rosa.