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Actualizado: 30 de junio de 2025
La inspiración huía, espantada por el ruido de las telas y la pegajosidad de los insectos. Le era imposible hacer nada, y acababa por pasearse nerviosamente, jurando que era un imbécil; hasta que Feli, molestada por su cólera, le rogaba que volviese a la calle en busca de distracciones.
Ninguno de los jóvenes que la rodeaban tenía su elegante presencia. ¿Qué más podía pedir? ¿No sería muy agradable pasearse por el mundo del brazo de tal marido? Diana tenía razón; era verdaderamente chic. En los momentos en que se preparaba el cotillón, alguien vino a decirle a Huberto: La señorita Alicia de Blandieres lo espera en el salón azul. Huberto se aproximó a María Teresa.
Poco después de media noche salió del cuarto. Por mucho tiempo todavía lo oí pasearse afuera en el corredor, y el ruido sordo de sus pasos me recordó otra noche en que, no menos temblorosa, había oído ese mismo ruido, dividida entre el temor y la esperanza.
Muñoz, incorporándose bruscamente, le miró con una indefinible expresión de desconfianza; le vio sonreír ligeramente. Se levantó alterado, y comenzó a pasearse por el saloncito. Luego llamó y pidió su abrigo; pensaba que Julio, al tanto de toda su historia, respondía a sus confidencias con una crueldad irónica, y esto le lastimó.
El sol no puede penetrarla con sus rayos, y al pasearse uno por allí, embriagado por mil perfumes, entre las filas de colosales olmos y otros árboles, cuyos troncos son las columnas de la mas suntuosa bóveda, y codeándose con los grupos de hombres y mujeres en cuyas fisonomías se ve la expresión del árabe, no puede menos que evocar todos los recuerdos de la historia de Granada.
Del mismo modo me imagino yo esas ciudades fantásticas, mezcla de Italia y de Alemania, por donde Musset hace pasearse el incurable tedio de su Fantasio y la peluca solemne y necia del príncipe de Mantua.
Lloraba silenciosamente, y en sus facciones parecía dibujarse una profunda desesperación. Por espacio de algunos minutos permaneció inmóvil, con la cabeza oculta entre las manos. Luego empezó a pasearse precipitadamente por la estancia. En una de las ocasiones que pasó junto a mí, me vio y se detuvo, estremeciéndose.
En aquellos corazones femeninos de cinco a diez años quedó grabado para no borrarse jamás un sentimiento de gratitud hacia el heroico mancebo. Otra vez, años adelante, un día de San Juan, Gonzalo cedió a ella y su familia la balandra para pasearse por el mar, pues los botes y lanchas escaseaban en tal ocasión. Mas ninguna de estas circunstancias engendró el trato entre ellos.
Hasta dónde puede esto influir en el espíritu de un pueblo ocupado de estas ideas durante dos siglos, no puede decirse; pero algo debe influir, porque ya lo véis: el habitante de Córdoba tiende los ojos en torno suyo y no ve el espacio; el horizonte está a cuatro cuadras de la plaza; sale por las tardes a pasearse, y en lugar de ir y venir por una calle de álamos, espaciosa y larga como la cañada de Santiago, que ensancha el ánimo y lo vivifica, da vueltas en torno de un lago artificial de agua sin movimiento, sin vida, en cuyo centro está un cenador de formas majestuosas, pero inmóvil, estacionario.
Me puse en «facha». Castro Pérez se caló una gorra de terciopelo verde bordada de oro, a manera de fez, con una gran borla que colgaba hacia atrás y se balanceaba como un péndulo. Mi hombre se compuso las gafas, y con las manos atrás, ocultas bajo los faldones de la pringosa levita, principió a pasearse, mientras yo, con el papel delante y lista la pluma, me disponía a escribir.
Palabra del Dia
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