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La del diente menos, estirándose más y tomando una actitud más que perezosa, chabacana, le dijo entre risas muy descorteses: «Si estuviera aquí la Señora, no pasaría usted esos apurillos, porque con echarse a sus pies y llorarle un poco... Dicen que la Señora consuela a todas las amigas que le van con historias y que tienen maridos tacaños o perdularios.

Pero me tranquilizaron papá y unos señores muy buenos que andan aquí con nosotros, asegurándome que aquello pasaría en media semana, y que en otra media quedaría pagado en lo que valía. »Y así sucedió afortunadamente.

Puedas volver al seno de tu patria En brazos del esposo que te adora, Y esa prole que el alma te enamora Le dias de gloria y esplendor. Mi voto es tal, y el corazon me dice Que si mi patria fuese tu familia, Pasaria su noche de vigilia Y brillaria de esperanza el sol.

Fermín le encargó anunciase a don Luis que pasaría a verle así que terminase su comida, y cerrando la puerta del camarote se quedó solo con Rafael. Vamos, hombre dijo señalándole los platos: ponte de eso. Yo no como contestó Rafael. ¿Que no comes? Vaya... pasarás del aire como todos los enamorados... ¿Pero beber que beberás? Rafael hizo un gesto, como extrañando lo superfluo de la pregunta.

El pobre señor está muy triste dijo Munster . Me comunicó anoche que pasaría encerrado todo el día en su camarote. Hoy es el sexto aniversario de la muerte de su señora, y todos los años, esté donde esté, hace lo mismo. Se aísla, piensa en ella, no come; llora con toda libertad.

Si se tratara, verbigracia, de cortar camisas para los pobres o de enseñar la doctrina a los muchachos, yo me pasaría los días enteros manejando, las tijeras o injiriendo el Padre Astete en las cabezas de estos motilones; pero no se trata de eso ni de cosa parecida: la obra de mi tío no da qué hacer a cada instante ni a cada hora.

Don Andrés, el consejero, se mostraba triunfante al comentar aquel cambio. ¿Qué había dicho él, siempre que doña Bernarda, en las íntimas confidencias de aquella amistad que casi tomaba el carácter de una pasión senil, tranquila y respetuosa, se quejaba de la rebeldía del muchacho? Aquello pasaría: era un capricho de la edad; había que dar a la juventud lo suyo.

¿Tanta prisa tiene ella, don Alejandro? Ninguna: por su gusto, a lo que yo la entiendo, se pasaría toda la vida como ahora... y lo creo; pero ¿cómo deja usted las cosas así y en continuo trato los dos?... Ciertamente... Pues vuelvo a lo dicho: es una niña todavía... ¡y decir a Dios que al primer vuelo... del nido a la rama, como si dijéramos... ¡zas! ¿Y qué, cayendo, como cae, en blando?

De buena gana me pasaría varias noches en claro leyendo, con unas gafas muy gordas, unos volúmenes muy grandes, si a esta costa pudiera llegar a conocer las opiniones políticas, estéticas y religiosas que predominan en el distrito. Por desdicha, la cosa es imposible, y yo temo siempre desilusionar a mi admirador. Tal párrafo que acabo de escribir creo que le parecerá vulgar, y lo borro.

El muchacho, fuera de , resistiéndose a entender lo que oía, cogió a la chica por un brazo, oprimiéndoselo duramente: ¿Cómo que no viene? ¡No seas bruto! ¡Esto te faltaba, pegarnos! ¿Por qué no viene mamá? ¡Responde! Porque ahora tienen guardia las vigilantas cada ocho días. ¿Qué dices de vigilantas? ¿Qué tiene mamá que ver con eso? Si hubiéramos hecho lo que dije, no pasaría esto.