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Actualizado: 6 de mayo de 2025
¡Bum-bum-bum! ¡qué se abra el telon! ¡bum-bum-bum! Los artilleros no eran los menos alborotadores. Los émulos de Marte, como los llama Ben Zayb, no se contentaban con esta música; creyéndose tal vez en una plaza de toros, saludaban á las señoras que pasaban delante de ellos con frases que por eufemismo se llaman en Madrid flores cuando á veces se parecen á humeante basura.
Y todo esto le acontecía parado, siendo objeto de la curiosidad de los que pasaban y cruzaban, que no podían menos de decirse: ¿Qué acontecerá al cocinero mayor? Y Montiño no se acordaba de que había dado á Quevedo la carta y de que Quevedo no se la había devuelto.
Niños y mujeres del pueblo pasaban también, cargados de coronas fúnebres baratas, de cirios flacos y otros adornos de sepultura. De vez en cuando un lacayo de librea, un mozo de cordel atravesaban la plaza abrumados por el peso de colosal corona de siemprevivas, de blandones como columnas, y catafalcos portátiles.
Cumplieron con lo primero, mas no pudieron ejecutar lo segundo, porque á medida que los soldados pasaban su caballo, se lo tomaban para sí, y al amanecer, siendo los primeros aquellos que en allegarse eran los últimos, tomaron una gran parte de los caballos del enemigo, se volvieron los Juanistas, despues de sepultados los dos muertos.
El histórico Prado era el único sitio de solaz, y en su penumbra los grupos amorosos y las tertulias pasaban el tiempo en conversaciones más o menos aburridas, defendiéndose del calor con los abanicazos y los sorbos de agua fresca. Los madrileños que pasan el verano en la Villa son los verdaderos desterrados, los proscritos, y su único consuelo es decir que beben la mejor agua del mundo.
Una sola puerta da entrada al pueblo, y en las torres laterales quedan aún huellas del rastrillo y de otros medios de defensa; ninguna ventana se abre sobre la inmensa extensión de los valles cercanos. Las únicas aberturas son las aspilleras por donde pasaban en otro tiempo los venablos ó los cañones de los fusiles.
Al desembarcar había estado dos horas en un café de Boulogne, contemplando cómo las familias burguesas pasaban la velada en la monótona placidez de una vida sin peligros.
En su despacho sólo recibía a los que quería deslumbrar por sabio; en Vetusta y toda su provincia la sabiduría no deslumbraba a casi nadie, y así la mayor parte de las visitas pasaban al salón inmediato.
Pasaban por las sendas las muchachas que regresaban de la ciudad, los hombres que volvían del campo, las cansadas caballerías arrastrando el pesado carro, y Batiste contestaba al «¡Bòna nit!» de todos los que transitaban junto á él, gente de Alboraya que no le conocía ó no tenía los motivos que sus convecinos para odiarle.
Sus ojos pasaban con distracción sobre Freya y el marino, como si no los viese. Malas noticias de Roma decía á Ferragut su amante . Estos mandolinistas malditos se nos escapan. Ulises empezó á sentir la saciedad de los días voluptuosos, que se sucedían siempre iguales. Sus sentidos se embotaban con tantos placeres repetidos maquinalmente.
Palabra del Dia
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