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De todos modos, algo que refrescaba aquel ardor insufrible que los vapores de la ira habían levantado en su pecho. Permaneció inmóvil hasta que los gritos cesaron. Los ojos brillaban, el pulso latía con más celeridad. Así se dice que el corazón de la fiera palpita a la vista de su víctima. Fue el comienzo de los martirios de la niña.

Aquí acaba la relación de los retratos que pintó por aquellos años, inmortalizando a gentes de varia condición, entre las cuales no había casi nadie que lo mereciera. Veamos ahora, sus cuadros de la misma época: donde hallaremos maravillas, encanto de los ojos por lo que deleitan; desesperación de la pluma incapaz de expresar la vida que palpita en ellos.

Virgen Santísima, sueño, sueño, olvido... Esta es otra; ¿por qué me palpita el corazón? Lo mismo fue hace dos noches. Yo tengo algo, yo estoy enferma. Este latido, este sacudimiento no es natural.

¡Noche...! Sulamita, tan hermosa y tan negra cual mis propios pesares, como aquella que muere de langor, y palpita entre los nardos del Cantar de los cantares; emperatriz augusta del silencio y la sombra, noche meditabunda, ¡salve, mil veces salve!

Y acariciando las tempranas flores, Con música y aroma el aire agita. En la rica estación de los amores Amor en todo corazón palpita; Pero en el alma del zagal Mirtilo Halla perpetuo asilo. Allí ingenioso el dios labra un dechado De gracia encantadora, Donde con fiel esmero ha retratado Á Clori bella, á la gentil pastora. Por quien Mirtilo muere.

Lope, niño eterno, abandónase a los desenfrenados impulsos de su temperamento lo mismo viviendo que escribiendo. Idéntico ritmo alocado palpita en los hechos de su vida y en las estrofas perennemente fragantes de sus versos; jamás le abandonó la divina embriaguez de la adolescencia.

Diríase que esas novelas de capa y espada, galanas y airosas, en las que palpita la vida entera de hidalga tierra y se refleja el espíritu de toda una raza, son patrimonio exclusivo de otros pueblos y otros autores que los nacidos en la nebulosa Albión.

Porque las sombras odian tu mirada; Hijas del Caos, por el mundo errantes, Náufragos restos de la antigüa Nada, Que en el mar de la luz vagan flotantes. A tu mirada suspendido el viento, ¡Ni árbol ni flor el desierto agita; No hay en los seres voz ni movimiento;... El corazón del mundo no palpita... Se acerca el centinela de la muerte! ¡He aquí el silencio!

Tiene arranques sublimes en que parece que la tierra se levanta o el cielo se desploma. Tiene voces que gimen, términos que gritan, giros que rimbomban. Se escucha vuelo de pájaros y fuego de fusilería. Su dibujo es línea recta; su corte, el del diamante. Es paleta y es cincel. Es terso y es hondo. Palpita y regolfa. Su ritmo es una nave que se aleja; su dialéctica, escuadra que combate.

Belarmino, con gesto resignado e indiferente, lo abre y lo lee. Pero, apenas lo lee, se pone blanco. Una lágrima palpita en el borde de sus pestañas. Se pasa una mano por la frente. ¿Sueño? ¿Estoy soñando? Yo, ¿soy yo? No me facturan las beligerancias, la inquisición, el pongo y quito de los comensales. Resurréxit. Aleluya.