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No hay nada, y sabes cuándo va... No me sofoques, Marianela, no me sofoques!... Y ¿cuándo vas? El martes. ¿Y él lo sabe? ... ¡Y dices que no hay nada!... ¡Vete, Marianela, vete; te echo, te echo!... Margarita me abraza y me besa en medio de un alborozo en que palpita a brincos su joven corazón. ¿Vendrás, Marianela? Mira que me haces mucha falta... Iré.

¿Sabes cuál es...? ¡Escúchame un momento! con voz muy queda lo diré a tu oído, que no lo pueda oir el mismo viento que, al refrescar tu frente con su aliento, palpita de placer estremecido. Es muy pobre, muy pobre... casi nada, es más bien la fineza de un mendigo: una joya sin brillo, desgastada, que, por cobrar su luz en tu mirada, te la ofrece el afecto de un amigo.

Al ver al viejo sentado en su poltrona, con la espalda un tanto caida sobre el pecho; con la frente un tanto caida tambien, como si las canas la agobiasen: al ver sus ojos que de soslayo y furtivamente miran á la muchacha como el milano mira á la tórtola, reflejando de un modo tan característico la sábia malicia de la experiencia; al estudiar la cara de aquel hombre, cuya mirada fraudulenta parece pasearse sobre la jóven, no pudiendo adivinar nosotros si se entristece, ó si se extasía devorando un goce que ha muerto en su organizacion, pero que vive y que palpita en su memoria y en su ansiedad: al mirar aquel corazon que ya no late en aquella vejez; al mirar aquella vejez que late aún en aquel corazon: más todavía; al contemplar las piernas del viejo, cruzada la una sobre la otra, mientras que la derecha parece moverse como si quisiera decirnos: ¡quién habia de pensarlo! ¡Quién habia de pensar que aquellos tiempos pasaran tan pronto!

Entonces una propone jugar a la cuerda y las demás acceden batiendo las palmas. Jovita es la primera. Salta, salta hasta que queda rendida y se deja caer sobre el césped, llevándose la mano al corazón, que palpita con la fatiga, no con la agitación insana de las pasiones juveniles.

Esta sangre, tibio y perezoso humor que hoy apenas presta escasa animación a mi caduco organismo, se enardece, se agita, circula, bulle, corre y palpita en mis venas con acelerada pulsación.

Y todos ellos son mundos donde palpita la vida con eterna y maravillosa fecundidad: en la combinación misma de sus movimientos hallan la renovación de su juventud y belleza: son otros tantos soles que esparcen y trasmiten como el nuestro a otras tierras que los acompañan su luz y su vida.

Y á pesar de su violencia, la gran generadora no derrama por esto en menor grado la agreste alegría, la jovialidad viva y fecunda, la llama de amor salvaje que palpita en su seno. Elección de playa. La tierra es su médico; cada clima un remedio. La medicina será más y más cada día una emigración. Pero, emigración previsora.

En el fondo cierra el horizonte una fronda verde y bravía; cuatro, seis álamos esbeltos se han separado del boscaje y se adelantan a mirarse en un ancho y claro arroyo; sus hojas tiemblan de placer; el cielo es de un violeta pálido, tenue. Y el agua a través del cristal en que sabiamente está puesto el cuadro parece que corre, irisa, palpita bajo la luz suave.

Era menester mucha cautela. La tentación decía palpita por doquier. Todo es arma y cebo para el Demonio. Un día que Ramiro le llevó en obsequio una hermosísima pera, en un cestillo de mimbre, el lectoral comenzó a saborearla sin quitarle la piel. Era una pera de las que llaman calabaciles por su doble turgencia.