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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Llegó a su casa, la fonda; llamó al sereno que tardó en venir; pero en vez de reñirle como solía, le dio dos palmadas en el hombro y una propina en plata. ¡Qué contento viene el señorito!... ¿Del baile, eh?
Y abrazaba y daba palmadas en la espalda también a su Frígilis para que no tuviera celos de Mesía. Quintanar era feliz; quería que lo fueran todos los suyos, su mujer, sus criados, y los amigos, hasta los conocidos, el mundo entero. Si Mesía le preguntaba en broma: ¿Qué tal Kempis? ¿Qué dice de esto Kempis? El otro contestaba: ¿Quién? ¡Qué
Ya se lo pronosticó ella, y después dicen que las viejas no entienden... Basta; dejar ese gestito de contrariedad, que no recomenzaría con sus sermones; verdaderamente, en estas circunstancias las amonestaciones huelgan: es como dar de palmadas al niño que acaba de romperse la cabeza; lo urgente era encontrar el dinero... Ella, que le había criado y educado y mimado, que era su segunda madre, le salvaría.
Tropezando de ira, nos dirigió frases de mal gusto, verdaderos insultos, que nosotros acogíamos con ¡bravos! y palmadas. Sin embargo, las señoras se pusieron de su parte, y no hubo más remedio que dar la vuelta. La barca siguió de nuevo el argentado sendero del río, que fulguraba como el éter. Todo dormía, lo mismo la sombra que la luz, con un sueño profundo y sosegado.
Besó a las niñas como sí fuese su abuelo, y a doña Manuela diole algunas palmadas en la espalda con una alegría de viejo campechano, asegurando que cada vez estaba más gorda y hermosota. Venía de oír misa de San Juan, su querida parroquia; y cumpliendo la obligación de todos los años, quería saludar a Manuela y a las niñas, y desearles mil felicidades en el día del santo.
¡Diógenes!... ¿Tú aquí? exclamó Jacobo, volviéndose muy sorprendido y alborozado y estrechándole ambas manos con gran cariño. Mas Diógenes, sacudiendo la gran cabeza y dándole palmadas en la espalda, dijo sentenciosamente: El hombre que nace pobre Con el frío es comparado: Todos le huyen el cuerpo, No les suelte un resfriado. ¡Falso, falsísimo! gritó Jacobo riendo . Ni tú has nacido pobre, ni...
El cabrero dio dos palmadas sobre el lomo a la cabra, que por los cuernos tenía, diciéndole: -Recuéstate junto a mí, Manchada, que tiempo nos queda para volver a nuestro apero.
Lo del arado era muy chistoso; y cada cual se imaginaba ver á su amo, al panzudo y meticuloso rentista ó á la señora vieja y altiva, enganchados á la reja, tirando y tirando para abrir el surco, mientras ellos, los de abajo, los labradores, chasqueaban el látigo. Y todos se guiñaban un ojo, reían, se daban palmadas para expresar su contento. ¡Oh!
El viejo que había dejado sus bufandas y su pipa en el guardarropa dió varias palmadas, siseó para imponer silencio, y dijo luego con solemnidad: La asistencia reclama que nuestra bella musa recite algunos de sus versos incomparables. Muchos aplaudieron, apoyando esta petición con gritos de entusiasmo. Pero la masa se mostró displicente y empezó á moverse en su asiento haciendo signos negativos.
Una mujer con el cuerpo doblado sobre una cama extendía sus dos brazos para ahuecar el colchón con fuertes palmadas. Su instinto le hizo presentir la existencia de alguien detrás de ella, y al volver el rostro, lanzó un grito de sorpresa viendo á Miguel en el hueco de la puerta.
Palabra del Dia
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