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Actualizado: 12 de julio de 2025


Era domingo, y la animación ruidosa y expansiva de los días festivos inundaba la acera izquierda del paseo. El tiempo era hermoso: una tarde de verano, con el cielo limpio de nubes, y en lo más alto, como un jirón de vapor tenue y apenas visible, la luna, esperando pacientemente que le llegase el turno para brillar.

Reinaba el gran silencio de la naturaleza dormida, ese silencio compuesto de mil ruidos que se armonizan y funden en la majestuosa calma: susurro del agua, rumor de las hojas, misteriosas vibraciones de seres ocultos, imperceptibles, que se arrastran bajo el follaje o abren pacientemente tortuosas galerías en el tronco que cruje.

Los sabios, en sus laboratorios, sólo necesitaban para sus trabajos aparatos fáciles de adquirir; ¡pero estudiar los mares, vivir en ellos años y años!... Para esto era preciso disponer de buques, fabricar un material costoso y nuevo, mandar hombres, gastar millones, errar pacientemente por los desiertos oceánicos, sin ambición, sin prisa, esperando que el «gran azul» librase sus secretos casualmente; exponer muchísimo para conseguir muy poco.

Así llegaron, apremiados por la necesidad, á adquirir una habilidad como pescadores, que hoy nos maravillaría. No menos hábil que el sollo, se le escapaba raramente la presa que había divisado. Inmóvil sobre la orilla, parecido á un tronco de árbol, esperaba pacientemente que el pez pasara á la distancia de su brazo, y, cogiéndolo con rapidez, le aplastaba la cabeza con una piedra.

¿Quién es sor Ana? preguntó el magistrado, que había dejado pacientemente a la verbosa señora formular el interrogatorio. Sor Ana Brighton, su antigua maestra inglesa. ¿Dónde está? No . En el sobre estaba el nombre del lugar, un nombre extranjero. ¿Usted tampoco sabe esa dirección? preguntó el juez, volviéndose hacia el Príncipe Alejo. La ignoro, pero... Su ansiedad parecía ir calmándose.

El joven los escuchó pacientemente, puesto que una vez que otra le interrumpía para deshacer algún error o disculpar su proceder. Cuando el tema ya no dio más de , se levantaron, cambió la conversación, y paso tras paso llegaron hasta la rectoral. El cura subió a tomar el chocolate y Andrés se volvió al pueblo, por no querer meterse tan temprano en casa.

Adquirió una bañera de plata sobredorada, y, seis veces al día, introducíala en ella y la mantenía pacientemente sumergida en sendos baños de leche, de vino de Borgoña, de caldo substancioso y hasta de salsa de tomates. ¡Trabajo perdido! la enferma salía del baño tan pálida y delgada y en estado tan deplorable como estaba antes de entrar.

Otros padres de familia y hasta abuelos, vestidos con sus trajes de domingo, esperaban pacientemente en un banco que les llegase el turno de ejercer la honorífica función.

Yo soy gata, y muy gata, y porque soy gata, te araño y te arranco estos ricitos tan cucos de donde cuelgas los corazones. ¿Hay alguno colgado? preguntó Miguel riendo y dejándose sobar pacientemente. Vamos, basta, Julia dijo la brigadiera sonriendo también.

En esto emplea todo el dinero que le permites que tome como recompensa. A veces la sigue de lejos por las calles, admirando su contoneo provocativo, sus pantorrillas al descubierto, siempre con medias de seda... Cultiva pacientemente su jardín. Sonríe como un imbécil al pensar en su futura cosecha. Un domingo, al levantarse de la cama, el príncipe sintió deseos de cantar.

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