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Actualizado: 11 de octubre de 2025


Ora en fin, al rumor de las fuentes y al canto de los pajarillos habitadores del jardin, se reposa con deleite, sentado en otomanas de mármol, bajo las cúpulas de lindos pabellones de estilos diferentes, construidos en el centro de aquellos retretes de verdura que parecen evocar las sombras de las sultanas y las tradiciones de la civilizacion morisca. El Alcázar es un delicioso monumento.

En los ángulos E. y O. del parapeto tiene dos baterías á barbeta y en los N. y S. dos torres de flanqueo, que al mismo tiempo sirven de pabellones para Oficiales. En el recinto interior hay dos edificios de madera con cubierta de zinc, destinados á cuartel de tropa, enfermería y otras dependencias.

Caminábamos sin ver ni un rayo del sol poniente, bajo bóvedas y pabellones interminables de verdura sombría reposando sobre columnatas colosales de abetos, revestidas de líquenes y musgos. Ningún ruido extraño se mezclaba al eco de las pisadas de nuestros caballos y á ese rumor vago, sin causa visible pero eterno, que es la voz misteriosa de las florestas.

Gigantesca siempre, variada al principio, encantaba donde quiera, presentando las mas hermosas vistas sobre los altos peñascos de la orilla, ó en los pabellones de lujosa verdura que venian á extender sus flotantes encajes de parásitas y enredaderas sobre la playa misma, á donde sale á calentarse, en lechos de arena calcinada, el temible y monstruoso caiman, terror de los habitadores de las ondas.

La amplitud estos pabellones cartilaginosos correspondía á la extrema delicadeza timpánica del individuo, la cual, en vez de disminuir, parecía aumentar con la edad.

Las cámaras situadas a popa eran un pequeño palacio por dentro, y por fuera una especie de fantástico alcázar; los balconajes, los pabellones de las esquinas de popa, semejantes a las linternas de un castillo ojival, eran como grandes jaulas abiertas al mar, y desde donde la vista podía recorrer las tres cuartas partes del horizonte.

No parecían bien, cerca de aquellos pabellones desgarrados, los banderines de seda y flores de oro en que con letras de realce iban bordados los números de las compañías. ¡Qué correr desalados, el de los muchachos por las calles! Verdad que hasta los hombres mayores, periódico en mano y bastón al aire, corrían. A algunos, se les saltaban las lágrimas.

Recién llegada Luz de su expedición de verano, se había hecho retratar a gusto de Ángel: de cuerpo entero y con un vestido de falda bien plegada, sin pabellones, frunces ni embutidos en ninguna parte; la caída natural de los paños, y el cuerpo ajustado y descubierto; la cabeza sin más adorno que una flor, y el pelo sin artificios piramidales, ni greñas de estúpido ganapán sobre la hermosa frente; la actitud sencilla y la mirada fija en él.

Pero al otro lado es donde se nos va el corazón, porque allí están, al pie de la torre, como los retoños del plátano alrededor del tronco, los pabellones famosos de nuestras tierras de América, elegantes y ligeros como un guerrero indio: el de Bolivia como el casco, el de México como el cinturón, el de la Argentina como el penacho de colores: ¡parece que la miran como los hijos al gigante! ¡Es bueno tener sangre nueva, sangre de pueblos que trabajan!

Brilla un sol de oro allí por sobre los árboles y sobre los pabellones, y es el sol argentino, puesto en lo alto de la cúpula, blanca y azul como la bandera del país, que entre otras cuatro cúpulas corona, con grupos de estatuas en las esquinas del techo, el palacio de hierro dorado y cristales de color en que la patria del hombre nuevo de América convida al mundo lleno de asombro, a ver lo que puede hacer en pocos años un pueblo recién nacido que habla español, con la pasión por el trabajo y la libertad ¡con la pasión por el trabajo!: ¡mejor es morir abrasado por el sol que ir por el mundo, como una piedra viva, con los brazos cruzados!

Palabra del Dia

reclinándose

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