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Actualizado: 23 de junio de 2025


¡Oh! dispensad, señor cura, os pido mil perdones... He dicho acaso algo... No, me parece que no... El pobre sacerdote no lo había oído. Su pensamiento estaba fuera de allí. Ya por las calles de la aldea veía al pastor del castillo detenerse ante cada casa, y deslizar por debajo de las puertas sus pequeños panfletos evangélicos.

Y besó con piedad filial a la marquesa, con amor fraterno a la de Bara, estrechó la mano de Butrón con infantil afecto, y tuvo una cariñosa sonrisa para el general Pastor y un saludito protector y monísimo para el señor Pulido.

El diálogo de Oliva, cuando no traduce con fidelidad, peca por sus metáforas y ampulosidad, ya de moda en este tiempo, como se observa en las imitaciones de La Celestina. Tragedias de Vasco Díaz Tanco. Comedias de Jaime de Huete, Agustín de Ortiz, Juan Pastor y Cristóbal de Castillejo. Lope de Rueda. Disposición externa del teatro á mediados del siglo XVI. Alonso de la Vega.

Por su parte, Silas volvió a su casa, sintiendo no haber encontrado a William para saber el motivo de su ausencia. Pero a eso de las seis de la mañana, cuando pensaba en ir a buscar a su amigo, llegó William, y el pastor junto con él. Iban a invitar a Marner para que fuera al Patio de la Linterna, a la asamblea de los miembros de la congregación.

Creo agregó la buena mujer que esta pobre criatura no ha sido nunca bautizada y es conveniente advertir al pastor. En caso de que no tengáis nada que observar le hablaré de eso hoy mismo al señor Macey.

Biblioteca valenciana de los escritores que florecieron hasta nuestros días, con adiciones y enmiendas á la de D. Vicente Jimeno, por D. Justo Pastor Fuster; dos tomos en fol: Valencia, 1827-30.

Fortunata no decía nada. La enferma se inclinó hacia ella, y dándose unos aires evangélicos, en el tono que podría emplear un pastor de almas, le amonestó así: «Arrepiéntete, chica, y no lo dejes para luego. Vete arrepintiendo de todo, menos de querer a quien te sale de entre ti, que esto no es, como quien dice, pecado.

Quedaban a obscuras las casas, confundiendo su blancura con la lóbrega masa de los árboles; callaban las gentes, agrupándose invisibles tras las verjas, empalizadas y alambrados, con el silencio del que aguarda algo extraordinario. En los paseos inmediatos al río extinguíanse uno a uno los faroles de gas conforme avanzaba el pastor dando gritos anunciadores del encierro.

¡Ay señor! -dijo la sobrina-, bien los puede vuestra merced mandar quemar, como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos, se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo; y, lo que sería peor, hacerse poeta; que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.

Parado allí el pastor y dale que te pego con el canto de la navaja, porque no chispeaba bien la piedra o no era la yesca de lo mejor, observa que le da en la nariz un «jedor» que tumbaba de espaldas.

Palabra del Dia

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