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Actualizado: 2 de junio de 2025
Azorín se sabe ya de memoria esta melodía pausada y triste, y conforme va oyéndola va recordando cosas pasadas, esfumadas, perdidas en los rincones de la memoria. Vuelve luego otra vez el silencio, y a las doce, allá enfrente se abre una ventana y un instante después comienzan a sonar las notas sonoras y claras de un bombardino.
A veces sentía D. Evaristo gran regocijo oyéndola, a veces verdadero terror; pero de todas estas sesiones salía al fin con impresiones de tristeza, y pensaba así: «Si hubiera caído antes en mis manos, si yo la hubiera cogido antes, todas esas ignominias se habrían evitado... ¡Qué lástima, compañero, qué lástima!... Y lo más raro es que después de tanto manosear hayan quedado intactas ciertas prendas, como la sinceridad, que al fin es algo y la constancia en el amor a uno solo...».
He tenido que contenerme, para no ponerla en la calle declaró la dama haciendo todo lo necesario para mostrarse poseída de un furor sacro, hijo legítimo del sentimiento de la dignidad . Es osadía metérsenos aquí y venir con recados estúpidos de la buena pieza de su hermanita... otra que tal. ¡Ni qué nos importa que Amparo se interese o no por nosotros!... Pues los sentimientos de Agustín también me hacen gracia... Una gente para quien el catecismo es como los pliegos de aleluyas... Yo estaba volada oyéndola.
Oyéndola llamar monos a las tremendas calabazas que Gloria me había propinado, alegroseme el alma. Había encontrado un medio de que tropezásemos y pudiésemos hablarnos. En su casa no quería que fuese. Quizá su prima se ofendería de que la llevasen engañada. Lo mejor era ir de excursión a la Palmera, una casa de campo que tenían del otro lado del río.
Haciendo, pues, labrar una grande cruz, se fué con ella en procesión á la plaza, en donde la colocó en el mejor lugar por trofeo de la victoria, y en señal de la posesión que Cristo y su santa ley tomaban aquel día de los Quiriquicas; y los cristianos entonaron las letanías á dos coros de música, lo que á los bárbaros, que nunca hasta entonces habían oído harmonía de buen concierto, les pareció cosa del cielo, y estaban como absortos oyéndola.
Aún intentó un esfuerzo para dominar situación tan penosa, y echando miradas de alarma a la vidriera de su alcoba, dijo: «Pero usted... no reflexiona... que...». No pudo concluir esta frase trivial. La otra, que siendo cifra de todas las debilidades humanas, parecía más fuerte que la gran doctora y santa, se permitió sonreír oyéndola. «¿Y qué saco de reflexionar? Mientras más reflexiono peor».
Fernando se había dado cuenta de su amor oyéndola cantar el Goizeko izarra, la invocación á la estrella de la mañana.
Las señoras, poderosamente secundadas por los demás hombres, venían por los fueros de la música italiana. ¡No nos maree usted con sus alemanes, Severino! ¡Vaya una música la de esos señores! ¡A mí me suena lo mismo que una jauría de perros ladrando! Eso no es más que al principio; si usted continuase oyéndola, llegaría a tomarle el gusto: sucede lo mismo que con las aceitunas y la cerveza.
¿Por qué te perfumas? protestaba ella, como si percibiese los más repugnantes hedores . Es una cosa indigna de ti... Yo quiero que huelas a toro, que huelas a caballo... ¡Qué olores tan ricos! ¿No te gustan?... ¡Di que sí, Juanín, bestia de Dios, animal mío! Gallardo, una noche, en la dulce penumbra del dormitorio de doña Sol, sintió cierto miedo oyéndola hablar y viendo sus ojos.
En fin, que había visto mujeres guapas, pero como aquella ninguna. Era una divinidad en toda la extensión de la palabra. Pasmadas estaban las amigas oyéndola, y aprovechó doña Lupe este asombro para acudir con el siguiente ardid estratégico: «Y en cuanto a lo de su mala vida, hay mucho que hablar... No es tanto como se ha dicho. Yo me atrevo a asegurar que es muchísimo menos».
Palabra del Dia
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