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En este momento acabo de escribir a mi madre que se encuentra en Liorna preparándose para embarcar con dirección a España, acompañando a la señorita de Orleans. Que tenga un feliz viaje y Dios bendiga las aguas que han de atravesar para que no le sucedan las desgracias que tanto teme. M. de Pierreclos ha sido borrado de la lista de los emigrados y nos ha visitado hoy.

El largo desfile se inmovilizaba en las calles durante horas enteras para dar tiempo á que se acomodasen en los trenes las fuerzas que iban delante... Y Argensola había seguido esta masa armada é inmóvil desde los bulevares á la puerta de Orleáns, hablando con los oficiales, escuchando los gritos ingenuos de los guerreros africanos, que nunca habían visto París y lo atravesaban sin curiosidad, preguntando dónde estaba el enemigo.

Era primorosa en cuantas labores ponía mano, escribía admirablemente, pintaba flores con gusto de artista, cantaba como un ángel, bordaba como una madrileña del siglo XVII, hablaba francés como si hubiese nacido en Orleans, y finalmente, para cuanto fuese brillar, lucirse y cautivar, tenía maravillosas aptitudes, gracia irresistible y atractivos de gran señora.

A pesar de esto, conseguí a fuerza de lágrimas, que recogió con respeto, el que pronunciara de una manera conveniente el nombre del duque de Orleans, en aquel homenaje a los Borbones. Hízolo, pero resultó desgraciado al querer expresar un sentimiento que su corazón no sentía.

En un artículo escrito por Mme. de Genlis, he visto que esta escritora atacaba vivamente las poesías de mi hijo: es esto una guerra hereditaria de familia a familia; Mme. de Genlis y mi madre representaban dos tendencias opuestas en el Palacio de Orleans.

Alfonso contestó en seguida, con mucha cortesía por cierto, que él no había tenido la menor intención de mortificar la personalidad de un príncipe, de cuya casa tantos beneficios había alcanzado su madre, y que en aquel momento escribía al impresor para que se suprimiesen los versos que pudiesen molestar al señor duque de Orleans.

En la línea de Orleans, habríamos llegado a las cinco de la mañana; en la del Oeste, después de un fastidiosísimo viaje, llegamos a las diez. Perdimos más de dos horas en obtener nuestros equipajes, y por fin, todo en regla, nos trasladamos al vapor Villa de Brest, que esperaba, amarrado al Dock y con las calderas calientes, el momento de la partida.

En las circunstancias dolorosas para mi madre y para otros varios miembros de la familia, la señorita de Orleans nos había favorecido con cariñosa solicitud y con una generosidad sin límites: yo no podía ni puedo olvidar los bienes recibidos de esta augusta familia, y mi marido y mi hijo ignoraban estos transportes íntimos que yo no podía tampoco confiarles. ¡Júzguese de mi asombro y de mi aflicción, al considerar que esta excelente princesa pudiese atribuir mejor que a un error, a ingratitud u olvido, una ofensa al nombre de su casa salida de la mano de mi hijo!

La revolución había suprimido también los sueldos que sus padres y sus hermanos disfrutaban en la casa de Orleans. Los príncipes de esta familia escribían alguna vez a mi madre desde el destierro donde se encontraban, y mitigaban, sin duda, los dolores, recordando en las cartas los bellos días de su infancia.

Un historiador del revuelto tiempo de la Liga no escribia de la misma suerte que otro del reinado de Luis XIV; y trasladándonos á épocas mas cercanas, las de la revolucion, de Napoleon, de la restauracion, y de la dinastía de Orleans, han debido inspirar al escritor otro estilo y lenguaje.